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Los talibanes de San Francisco

Editorial, por Serge Halimi, agosto de 2019

Para “resistir” bien al racismo estadounidense, ¿hay que destruir las pinturas murales de un artista comunista financiado por el New Deal? (1). La cuestión puede parecer tanto más absurda cuanto que Life of Washington, el conjunto de trece obras de Victor Arnautoff condenado por algunos “resistentes” californianos, muestra un contenido antirracista, revolucionario para la época. En una superficie total de 150 metros cuadrados, critica la hipocresía de las virtuosas proclamaciones de los Padres Fundadores de la Constitución estadounidense, entre ellos George Washington.

Con todo, la comisión escolar de San Francisco aprobó el pasado 25 de junio, por unanimidad, borrar las trece pinturas de Arnautoff que decoran las paredes del Instituto George Washington desde su inauguración en 1936. Lejos de rendir homenaje al primer presidente de Estados Unidos, como lo sugiere el nombre del centro educativo al que se destinaron estas obras, Arnautoff tuvo la insolencia de representar a Washington como propietario de esclavos y como instigador de las primeras guerras indias de exterminación. Sin embargo, no es Donald Trump quien, a través de tuits racistas e iracundos, ha reclamado la destrucción de la obra desmitificadora del relato estadounidense concebida por un muralista comunista que pasó sus últimos días en la Unión Soviética; sus adversarios más militantes se han encargado de hacer de inquisidores en su lugar.

Un “grupo de reflexión y de acción” de trece miembros ha aclarado la decisión de la comisión escolar de San Francisco. Ha sellado el destino de las pinturas de Arnautoff asegurando con aplomo que “glorifican la esclavitud, el genocidio, la colonización, el destino manifiesto [la idea de que los colonos protestantes tenían como misión divina ‘civilizar’ el continente americano], la supremacía blanca, la opresión, etc.”.

Semejante interpretación es insostenible: en efecto, la tradición realista socialista en la que se inspiraba Arnautoff no deja margen alguno para los equívocos de buena fe. Por lo tanto, se tuvo que combinar la decisión con otro motivo, juzgado como más admisible, aunque igual de inquietante. Según parece, Life of Washington, que incluye la representación del cadáver de un indio asesinado por colonos, “traumatiza a los estudiantes y a los miembros de la comunidad”. Pero entonces, hay que elegir: ¿se debe recordar la esclavitud, el genocidio, u olvidarlos? Porque ¿cómo asegurar que un artista que evoque la historia de un país no molestará nunca a “miembros de la comunidad”, los cuales, de todas formas, tienen otras miles de ocasiones para verse enfrentados cotidianamente a escenas de brutalidad, reales o figuradas? ¿Acaso no son igualmente violentos y traumatizantes el Guernica, de Pablo Picasso, o el Tres de mayo, de Francisco de Goya?

Por el momento, la controversia de San Francisco moviliza sobre todo a la fracción de la izquierda estadounidense más dispuesta a una escalada en las cuestiones identitarias. Pero, habida cuenta de que esta misma vanguardia de la virtud ya ha exportado con cierto éxito algunas de sus obsesiones más excéntricas, más vale que todo el mundo esté prevenido…

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(1) Véase Evelyne Pieiller, “Quand le New Deal salariait les artistes”, en “Artistes, domestiqués ou révoltés?”, Manière de voir, n.º 148, agosto-septiembre de 2016.

Serge Halimi

Consejero editorial del director de la publicación. Director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.