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Testimonio del ex Primer Ministro

“El día en el que Japón estuvo a punto de desaparecer”

A un año de los Juegos Olímpicos de Tokio, Japón quiere mostrarle al mundo que en la región de Fukushima, devastada por el tsunami y la catástrofe atómica del 11 de marzo de 2011, la vida recupera la normalidad. Dista mucho de ser así. El primer ministro de entonces pone de manifiesto las dificultades para gestionar este desastre. Desde entonces, milita por la supresión de la energía nuclear de uso civil.

por Kan Naoto, agosto de 2019

Ocho años después, la situación dramática que se vivió en el este de Japón durante la semana siguiente al gran seísmo, al tsunami y al accidente nuclear de Fukushima en marzo de 2011 permanece fuertemente grabada en mi memoria. Yo dormía en Kantei [la residencia oficial del primer ministro]. En los momentos en los que me encontraba solo, vestido con el uniforme de bombero de rigor en ese tipo de situaciones extremas, dormitaba en el sofá del salón. En realidad, solamente me recostaba para descansar el cuerpo, mientras reflexionaba sin parar acerca de las medidas que debía tomar.

Jamás había tenido una actividad profesional relacionada con la energía nuclear, por lo que mis conocimientos en la materia se limitaban a las nociones básicas de física aplicada que había adquirido durante mis estudios universitarios. Gracias a la lectura de informes sobre el desastre de Chernóbil, conocía los daños que un accidente nuclear podía causar, pero nunca había imaginado que un suceso de una amplitud todavía mayor podría producirse en Japón.

La central número 1 de Fukushima (Daiichi), donde se produjo el accidente, cuenta con seis reactores nucleares y siete piscinas de enfriamiento del combustible usado. La central número 2 (Daini), situada a doce kilómetros, consta de cuatro reactores y cuatro piscinas. La potencia total de ambas centrales era de aproximadamente nueve gigavatios, es decir, más del doble que la de Chernóbil.

A las 14:46 del 11 de marzo de 2011, cuando se produjo un gran terremoto de magnitud 9 en el este de Japón, me dirigí inmediatamente al centro de gestión de crisis, situado en el subsuelo de mi residencia oficial. El primer informe indicaba que todas las centrales atómicas situadas en las regiones afectadas habían sido desactivadas, siguiendo el dispositivo de apagado de emergencia. Me tranquilicé. Pero, poco después, recibimos la noticia de que un tsunami había no solo sumergido y devastado la central Fukushima Daiichi, sino también ahogado los grupos electrógenos con motor diésel de reserva: no quedaba prácticamente ninguna fuente de alimentación eléctrica para los reactores 1, 2, 3 y 4. En una central, incluso una vez que se detiene la fisión nuclear, el combustible continúa liberando mucha energía. Sin la alimentación eléctrica que necesita el sistema de enfriamiento, el calor provoca la fusión del núcleo. Cuando supe esto, sentí que se me helaba la sangre.

La semana que siguió al accidente nuclear se convirtió en una pesadilla. En la tarde del 12 de marzo se produjo una explosión de hidrógeno en el reactor número 1. El día 13, el núcleo del reactor número 3 se derritió, lo que provocó que el 14 hubiera una nueva explosión de hidrógeno. A primera hora de la mañana del 15, se averió el recinto de confinamiento del reactor número 2, liberando en la atmósfera una cantidad importante de radiactividad. Casi al mismo tiempo, la parte superior del reactor número 4 sufrió también una explosión de hidrógeno.

Posteriormente, otras investigaciones mostraron que el núcleo del reactor número 1 había comenzado a derretirse desde el día del accidente, en torno a las 18 horas. Dicho proceso continuó hasta perforar el depósito. El corium (1) producido por la fusión se extendió sobre el revestimiento de hormigón, poniendo en peligro el último recinto de confinamiento. En 1979, durante el accidente de Three Mile Island, en Estados Unidos, el núcleo se había derretido parcialmente, pero no había atravesado el depósito. En Fukushima –por primera vez en el mundo–, los núcleos de tres reactores se derritieron y perforaron los depósitos (2).

Poco tiempo después, Estados Unidos pidió a sus ciudadanos que se alejasen de la central, al menos ochenta kilómetros. Había que considerar el peor de los escenarios posibles. Si se volvía imposible controlar la situación y si todos los reactores de Fukushima se derretían, una cantidad enorme de radiactividad podía propagarse durante varias semanas, incluso meses. Entonces solicité a Kondo Shunsuke, presidente de la Comisión para la Energía Atómica en Japón, que evaluara la situación. En su informe del 25 de marzo, titulado “El peor de los escenarios”, consideraba necesaria, en esta hipótesis, una evacuación en un radio de al menos doscientos cincuenta kilómetros. Tal área incluye la aglomeración de Tokio y alberga el 40% de la población japonesa, es decir, cincuenta millones de personas. Semejante evacuación por un periodo de varias décadas cuestionaría la existencia misma de Japón como nación.

En ese contexto, durante la noche del 14 al 15 de marzo, Shimizu Masataka, presidente y director general de la Compañía de Energía Eléctrica de Tokio (TEPCO) (3) pidió reiteradamente al ministro de Economía, Comercio e Industria, Kaieda Banri, que se evacuara a las personas que trabajaban en la central de Fukushima Daiichi. Desde el momento del accidente, me interrogué sobre qué respuesta había que dar a ese tipo de demandas. Yo sabía que entre los bomberos que intervinieron en Chernóbil para apagar el incendio, habían muerto más de veinte, y que muchas de las personas que trabajaron en la construcción del sarcófago habían sido víctimas de irradiaciones. Sin su intervención, los efectos del accidente habrían tenido, sin duda, mucha mayor envergadura, y un territorio aún más amplio se habría vuelto inhabitable.

La petición del representante de TEPCO era legítima. Pero, en mi condición de primer ministro, no podía pensar únicamente en la seguridad de los empleados. También debía pensar en lo que podía suceder en caso de evacuación. Cuando se incendia una central eléctrica térmica, y cuando el fuego llega a los tanques de combustible, se sabe que el accidente finalizará cuando todo el carburante se haya consumido. Si la situación se vuelve peligrosa, es necesario evacuar a los empleados, e incluso se puede considerar alejar a los bomberos.

La situación es radicalmente distinta cuando se trata de un accidente nuclear. Si los ingenieros al mando de la central se alejan y la dejan sin control, los núcleos de los seis reactores terminarían derritiéndose uno tras otro, los recintos de confinamiento se destruirían y se emitiría una enorme cantidad de radiaciones, por no mencionar el combustible almacenado en las piscinas de enfriamiento. Si, además, a doce kilómetros de allí, los cuatro reactores de Fukushima Daini debiesen también ser evacuados, ¿qué sería entonces de Japón? Sin control, el plutonio presente en los desechos nucleares emite fuertes radiaciones, con una vida media de 24.000 años… Había, por lo tanto, un riesgo de destrucción de nuestro país, incluso de que se extendiera a los países vecinos, que, ante el peligro, no permanecerían callados.

Yo sabía que, en última instancia, como primer ministro, la decisión de evacuar las instalaciones dependía de mí. Para manejar técnicamente la central y las secuelas del accidente, no se podía evitar mantener sobre el terreno un mínimo del personal de TEPCO, la empresa responsable de la central. Llamé a Shimizu Masataka, su director general, y le pedí que viniera a mi oficina para decirle que no teníamos otra opción y que no se podía evacuar la central; él lo entendió. Activamos una célula de crisis en la que convocamos, bajo mi dirección, a miembros del Gobierno y de TEPCO, en la sede principal de la empresa. El 15 de marzo, a las 5 de la madrugada, acudí allí para anunciar lo siguiente: “Considero que ustedes son los primeros en comprender la gravedad del accidente. Mientras que no hayamos hecho todo para que la situación esté bajo control, aunque nos cueste la vida, no podemos abandonar el lugar ni dejar que las cosas se nos vayan de las manos. Están todos directamente implicados. Acepten dar su vida. No escatimen ningún esfuerzo. Transmitan toda la información necesaria. No importa el coste. Ahora que Japón está quizás a punto de desaparecer, nadie puede desentenderse. Todos, ustedes también, presidente, director, estén dispuestos a todo. Quienes tengan más de sesenta años, que vayan al lugar. Yo también estoy listo para todo. No hay vuelta atrás”.

Los camiones de bomberos pudieron inyectar gradualmente agua en los reactores para enfriarlos. La situación comenzó a mejorar paulatinamente a partir del 15 de marzo. Se pudo contener la catástrofe gracias a todos aquellos –empleados de TEPCO, bomberos, policías, militares de las Fuerzas de Autodefensa, etc.– que, arriesgando sus vidas, lucharon en el lugar. Sus esfuerzos se conjugaron con varias afortunadas casualidades, que podrían interpretarse como una forma de bendición. Así, pudo evitarse la fusión de los desechos radiactivos en la piscina de enfriamiento del reactor número 4. Tras la explosión de hidrógeno que dañó el edificio, la Autoridad de Seguridad Nuclear de Estados Unidos expresó su preocupación por la pérdida de enfriamiento en la instalación ubicada fuera del recinto de confinamiento. Por suerte, quedaba agua. Además, a primera hora de la mañana del 15 de marzo, el aumento de la presión del reactor número 2 causó daños en el recinto de confinamiento, pero no lo destruyó.

¿Por qué hoy es necesario dirigirse hacia una “energía nuclear cero”? La primera razón radica en la imposibilidad de evitar todos los riesgos de accidente. El de la central de Fukushima fue provocado por un gran terremoto seguido de un tsunami. Sin embargo, ¿se está a salvo de una catástrofe en Francia o en otros países donde este tipo de fenómenos naturales son muy raros? Los infortunios de Three Mile Island en 1979 o de Chernóbil en 1986 no se originaron por un seísmo o por un maremoto, sino por errores humanos. Ahora bien, resulta imposible evitarlos al 100%.

La segunda razón tiene que ver con la necesidad de evacuar a millones de personas en caso de un accidente nuclear importante, y también con el riesgo de destrucción del país. Un accidente de aviación o naval puede causar numerosas víctimas. Pero un accidente nuclear puede provocar daños incomparables. Imaginemos que un territorio se vuelve inhabitable por varias décadas en un radio de doscientos cincuenta kilómetros alrededor de una central. Habría pérdidas y daños igual de importantes, sino más, que los de una gran guerra.

Durante una reunión en la que participé, el expresidente de la Autoridad de Seguridad Nuclear de Estados Unidos, Gregory Jaczko, declaró que no deberían construirse centrales nucleares en lugares donde, en caso de accidente, podrían provocar daños a la población. Sin embargo, no existe prácticamente ningún país que cuente con un territorio de un radio de doscientos cincuenta kilómetros sin ningún habitante (4).

La tercera razón se asocia al hecho de que, en un futuro cercano, será posible producir electricidad suficiente con energías naturales que sustituyan el átomo o los combustibles fósiles. En 2018, los 433 reactores nucleares instalados en el mundo suministraron aproximadamente el 10% de la electricidad producida, y este porcentaje no ha variado en los últimos años (5). Desde el accidente de Fukushima, excepto en China y la India, se ha frenado la construcción de centrales atómicas; en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Japón, etc., ha disminuido el número de centrales en activo. Inversamente, la proporción de electricidad producida por energías renovables, tales como la fuerza eólica o la energía solar, está en aumento. Sumando la hidroelectricidad, las energías renovables ya representan el 26% de la electricidad producida a nivel mundial (6). Hacia 2050, debería ser posible producir una cantidad suficiente de electricidad sin recurrir a la energía nuclear o a los combustibles fósiles.

Hay quienes piensan que no es suficiente exclusivamente con energías renovables. Pero la radiación del Sol en la Tierra equivale a aproximadamente diez mil veces la energía que los humanos consumimos (7). En otros términos, bastaría con transformar una ínfima parte de esa energía para satisfacer nuestras necesidades actuales. Dichas energías dependen sin duda de factores climáticos y son inestables. No obstante, el uso hábil de las previsiones meteorológicas, de la informática, así como de técnicas de control de la demanda ya permiten en numerosos países un suministro estable de electricidad a partir de energías renovables complementarias.

Muchos conflictos internacionales surgen por la disputa por el control de los recursos energéticos. Las energías renovables no son solo positivas para la protección del medio ambiente, sino que también presentan la ventaja de la autosuficiencia energética. La mayoría de los países del mundo podrían producir por sí mismos la electricidad que necesitan.

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(1) N. de la R.: Aglomerado altamente radiactivo compuesto de combustibles nucleares y de materiales de la estructura. Se forma en el momento de fusión de un reactor.

(2) N. de la R.: Durante el accidente de Chernóbil en 1986, la explosión del reactor número 4 provocó que se levantara la cubierta, dejando el núcleo al descubierto, lo cual desencadenó un incendio de grafito. El corium fue localizado posteriormente en el fondo del bloque reactor.

(3) N. de la R.: La sociedad privada Tokyo Denryoku, conocida en Japón con el nombre de Toden y en el extranjero con el acrónimo inglés TEPCO, fue rescatada en 2012 tras la catástrofe a través de un procedimiento de adquisición de una participación mayoritaria por parte del Estado.

(4) N. de la R.: Lo que representaría la mitad de Japón.

(5) World Nuclear Power Plants 2018”, Japan Atomic Industrial Forum.

(6) Cifras de 2018, “Renewables 2019. Global Status Report”, Renewable Energy Policy Network for the 21st Century.

(7) Kaya Yoichi, Enciclopedia de la energía (en japonés), ediciones Maruzen, Tokio, 2001;. “Manual de estadísticas energéticas y económicas 2019”, Instituto Japonés de Economía y Energía (en japonés), Tokio.

Kan Naoto

Primer ministro de Japón del 8 de junio de 2010 al 2 de septiembre de 2011. En aquel momento, presidía el Partido Demócrata de Japón (centroizquierda).