Conocí a Guillaume, de nacionalidad francesa, en 1996. Él estaba haciendo su servicio civil y estudiando en Líbano. Desde entonces no nos hemos separado”, cuenta Lina, una arquitecta libanesa de 40 años. La relación, sin embargo, no ha sido fácil. “Yo era musulmana y él cristiano. No podíamos casarnos aquí, porque el matrimonio civil no existe. Así que nos casamos en Chipre, en 2000”. Después declararon su unión ante las autoridades libanesas y francesas en Beirut. Un año después, Lina obtuvo la nacionalidad francesa y decidió quedarse junto a su marido en el país de los cedros. Guillaume se siente a gusto, aunque las exigencias administrativas le pesan: debe renovar su permiso de residencia todos los años. “Los trámites son tediosos. Eso me pone enfermo”, confiesa este consultor inmobiliario de 45 años.
Lina, cuando dio a luz a su primer hijo en 2004, descubrió que eso no era nada, al lado (...)