En 1908, en Las tres fuentes del marxismo, Karl Kautsky expone una tesis más tarde retomada por Lenin: Karl Marx (1818-1883) habría realizado la “fusión de todo lo que el pensamiento inglés, el pensamiento francés y el pensamiento alemán tenían de grande y fértil”. En ese esquema, pronto convertido en lugar común, Francia representaba, junto con la Alemania de los filósofos y la Inglaterra de los economistas, el país del “pensamiento político”, de la práctica radical y del “ardor revolucionario”. En efecto, para Marx, Francia fue la patria de la gran Revolución, la cuna del estallido de 1848, y también el lugar de su primer encuentro con un movimiento obrero vigoroso, organizado y provisto de una tradición fuerte: en suma, el país de la política de actos.
Pero, para el filósofo, Francia fue también muchas otras cosas: una tierra de asilo y de placeres, un país de misión, un campo de (...)