En Bruselas, los miembros de la Comisión europea y los funcionarios odian los referendos: primero, porque se llevan a cabo en un marco nacional, o sea, en desacuerdo con la lógica supranacional de la construcción europea; y segundo, porque son una expresión directa de la soberanía popular, sin el filtro de las instituciones de la democracia representativa las cuales posibilitan muchos arreglos. Esos votos nos recuerdan –guste o no guste– que los pueblos aún existen en el Viejo Continente. Al menos por ahora, la noción de “pueblo europeo” sigue siendo todavía, en gran medida, una mera ficción.
La Unión Europea (UE) tiene por lo tanto un serio problema con algunos pueblos que la constituyen. No porque éstos sean hostiles por principio a la idea de Europa, sino porque rechazan el imperativo de las políticas llevadas a cabo por las instituciones que actúan en su nombre. Cuando se les presenta la oportunidad (...)