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Inanidad del “Pacto de responsabilidad”

Las empresas no crean empleo

No hay semana en la que el gobierno socialista francés no anuncie su adhesión a las estrategias económicas más liberales: “política de la oferta”, recortes en el gasto público, estigmatización del “caos” y de los “abusos” de la Seguridad Social. Hasta el punto de que la patronal duda sobre qué rumbo seguir. Y la derecha confiesa su embarazo ante tantos plagios...

por Frédéric Lordon, marzo de 2014

Hay que haber abusado seriamente del alcohol, y ser víctima de su propensión a hacer que todas las carreteras parezcan sinuosas, para ver –como se obstinan en ver los comentaristas políticos de forma casi unánime– un “giro” neoliberal en el “pacto de responsabilidad” de François Hollande (1). Sin elevar demasiado los estándares de sobriedad, la verdad apela más bien a una de esas formulaciones con las que nos había deleitado Jean-Pierre Raffarin en su época (2): la carretera es recta y la pendiente es pronunciada, pero descendente (y acaba de soltarse el freno). En realidad, el giro rectilíneo no hace sino profundizar en la lógica del quinquenio tal como fue postulada ya desde sus primeros meses.

Una lógica pobre, que rezuma las estrategias de la desesperación y la renuncia. Pues las tendencias generales de la traición ideológica se mezclan aquí con los confusos cálculos por el pánico cuando, tras haber abandonado toda idea de reorientar las desastrosas políticas europeas, y en consecuencia privados de toda posibilidad de un nuevo impulso, ya no se ve otra cosa para salvarse del naufragio completo que la balsa de la medusa: “la empresa” como última providencia; es decir, el Movimiento de Empresas de Francia (MEDEF) como tabla de salvación. Genial hallazgo al borde del hundimiento: “Lo único que no hemos intentado ha sido confiar en las empresas” (3). ¡Qué gran idea, confiar en las empresas! Confiar en el secuestrador arrojándose en sus brazos, convencidos, seguramente, de que el amor llama invenciblemente al amor y desarticula las peticiones de rescate.

Contrariamente a lo que clamaría al unísono la cohorte editorialista, escandalizada de que podamos hablar de “toma de rehenes”, no hay una pizca de exageración en la expresión, que incluso –sostengo– está analíticamente bien dosificada. Es cierto que la alteración de la percepción que hace que las líneas rectas parezcan “curvas” coincide con esa otra distorsión que conduce a ver “tomas de rehenes” en todas partes –entre los ferroviarios, los carteros, los basureros, y, más generalmente, entre todos aquellos que se defienden como pueden de las reiteradas agresiones de las que son objeto– salvo donde realmente existen. Puesto que el capital tiene todos los privilegios de la carta robada de Edgar Allan Poe (4) y su toma de rehenes, evidente, enorme, se ha hecho invisible precisamente a fuerza de su evidencia y enormidad.

Como había señalado Karl Marx, el capitalismo, es decir, el salariado, es una toma de rehenes de la vida misma. En una economía monetaria de trabajo dividido, no existe otra posibilidad de reproducir la vida que pasando por el dinero del salario; es decir, la obediencia al empleador. Y si no existiesen las conquistas arduamente ganadas de las instituciones de protección social, es difícil ver qué separaría la lógica profunda del trabajo capitalista de un puro y simple “avanzar o morir”.

El capital no solo toma como rehén la vida de los individuos por separado, sino también (en un solo y mismo gesto, de hecho) su vida colectiva, aquella misma que la política toma normalmente como objeto. Esta captación tiene como principio básico el hecho de que toda la reproducción material, individual y colectiva, actualmente ha entrado bajo la lógica de la acumulación del capital; la producción de los bienes y servicios que reproducen la vida ahora sólo es efectuada por entidades económicas declaradas capitalistas y muy decididas a operar únicamente bajo la lógica de la mercantilización rentable. Y, como principio secundario, la capacidad de iniciativa de la que goza el capital: el capital financiero cuenta con la iniciativa de los avances monetarios que financian las iniciativas de gasto del capital industrial, gastos de inversión o de reclutamiento. Así pues, las decisiones globales del capital determinan las condiciones en las que los individuos encuentran los medios –salariales– para su reproducción. Es ese poder de iniciativa, poder de impulsión del ciclo productivo, el que confiere al capital un lugar estratégico en la estructura social global: el lugar del secuestrador, ya que el resto de la sociedad no termina de depender de sus decretos y su buena voluntad.

Si no se satisfacen todas sus demandas, el capital practicará la huelga de inversión. “Huelga”: ¿no es esta la palabra que en el minúsculo cerebro de un editorialista cualquiera activa habitualmente la asociación con “toma de rehenes”? Basta entonces con distanciarse un poco para evaluar mejor la eficacia de la extorsión, desde la supresión de la autorización administrativa de despido a mediados de los años 1980 hasta las viles disposiciones del Acuerdo Nacional Interprofesional (ANI), pasando por la reducción del impuesto sobre sociedades, la desfiscalización de las stock options, los múltiples embates contra el contrato de duración indeterminada (CDI), el trabajo los domingos (5), etc. Una lista interminable de botines de guerra que, sin embargo, está condenada a prolongarse indefinidamente hasta que no se encuentre, frente a la potencia del capital, una potencia de igual escala, pero en sentido opuesto, para traerlo autoritariamente a la moderación, ya que semejante enumeración demuestra suficientemente bien que el capital no tiene ningún sentido del abuso.

Pero lo peor de todo resulta que este asunto quizá sea la irremediable inanidad de la estrategia de Hollande y de sus asesores, mentes totalmente colonizadas por la mirada MEDEF del mundo y cuyo punto de partida de todas sus reflexiones es únicamente “la premisa”, el enunciado central del neoliberalismo, repetido en todas partes, e introducido en todas las cabezas como una evidencia incuestionable: “Las empresas crean el empleo”. Este enunciado, punto neurálgico del neoliberalismo, es lo que habría que destruir para dar un primer paso hacia la salida de la toma de rehenes del capital.

En todo caso, en “las empresas no crean empleo” no hay que ver ciertamente un enunciado de carácter empírico -que, sin embargo, los últimos veinte años confirmarían fácilmente en cuanto tal-. Se trata de un enunciado conceptual, cuya lectura correcta, por otra parte, no es “las empresas no crean empleo”, sino “las empresas no crean ’el empleo’”. Las empresas no tienen ningún medio para crear por sí mismas los empleos que ofrecen: esos empleos sólo son el resultado del cumplimiento del movimiento de sus pedidos, los cuales, evidentemente, no dependen de ellas mismas, puesto que les vienen de fuera, es decir, de la voluntad de gastar de sus clientes, tanto particulares como otras empresas.

En un destello de verdad fulgurante e intencionada, Jean-François Roubaud, presidente de la Confederación General de Pequeñas y Medianas Empresas francesas se sinceró en un momento que resultó profundamente revelador: el de la discusión de las “contrapartidas”. Como es sabido, en el instante que precede a la conclusión del “pacto”, la patronal jura por el mercado que se generarán cientos de miles de nuevos empleos y, como era de esperar, en el instante inmediatamente posterior a ese momento, de pronto ya nadie está seguro de nada. De todos modos, no hay que precipitarse…

Es entonces cuando el inexperto de Roubaud lo suelta todo sin malicia y sin previo aviso, en respuesta a la pregunta acerca de si “las empresas están dispuestas a contratar a cambio” (6): “Pero es necesario que las carteras de pedidos se llenen...”. Roubaud tiene mucha razón. Si las empresas produjeran ellas mismas sus propias carteras de pedidos, esto se sabría desde el primer momento y el juego del capitalismo sería desconcertantemente simple. Pero no: las empresas registran flujos de pedidos sobre los cuales solo tienen posibilidades marginales de inducción (y, en la escala global de la macroeconomía, ninguna posibilidad en absoluto), ya que esos pedidos no dependen más que de la capacidad de gasto de sus clientes, la cual, a su vez, depende de sus propias carteras de pedidos (7), y así sucesivamente hasta perderse en la gran interdependencia que constituye el encanto del circuito económico.

Salvo algunas excepciones, reguladas por la competencia entre las empresas, la formación de las carteras de pedidos, que como Roubaud nos recuerda –con mucha pertinencia–, es la que lo decide todo, no depende, por tanto, de las empresas de forma individual, sino del proceso macroeconómico general. Pasivas frente a esa formación de pedidos, que ellas no hacen sino registrar, las empresas no crean, pues, ningún empleo, sino que simplemente convierten en empleos los pedidos de bienes y servicios que reciben o que anticipan. Allí donde la ideología patronal nos invita a ver un acto demiúrgico que lo debería todo a la potencia soberana (y benéfica) del empresario, podemos ver, menos espectacular, la mecánica totalmente heterónoma de la oferta que responde simplemente a la demanda externa.

Sin embargo, algunos dirán que las empresas se diferencian entre sí, que algunas reducen más sus precios que otras, que innovan más, etc., lo cual es cierto. Pero, al final, eso sólo tiene efecto en el reparto entre todas ellas de la demanda global, la cual sigue estando irremediablemente limitada por el ingreso disponible macroeconómico. ¿No es posible ir a buscar fuera un excedente de demanda más allá del límite del ingreso interno? Sí, es posible. Pero, no obstante, el núcleo del argumento no se modifica: las empresas registran, tanto en la exportación como en el consumo nacional, demandas que, por definición, no pueden individualmente contribuir a formar, y se limitarán (eventualmente) a convertir esos pedidos en empleos. No hay ahí ningún gesto “creador” como el que reivindica la ideología patronal. Los empresarios y las empresas no crean nada, al menos en materia de empleo, lo cual no significa que no hacen nada: compiten entre sí para captar como pueden flujos de ingresos-demanda y hacen su negocio con eso.

Todo esto significa que no tenemos que obedecer todas las extravagantes demandas de la patronal por el hecho de que estas serían las detentoras del secreto de la “creación de empleos”. Las empresas no son las detentadoras de absolutamente nada. Pero si el empleo no es creado por las empresas, ¿quién lo crea entonces? ¿Y hacia quién deberían dirigirse nuestras atenciones? La respuesta es que el “sujeto” de la creación de empleos no debe buscarse entre las personas; en realidad, el sujeto es un no-sujeto, o más concretamente, la creación de empleos es el efecto de un proceso sin sujeto, un proceso cuyo nombre más conocido es el de la coyuntura económica, para gran decepción de los que esperaban la entrada en escena de un héroe. En realidad, la coyuntura económica es ese mecanismo social global a través del cual se forman simultáneamente ingresos, gastos globales y producción. Es un efecto de composición, la síntesis inasignable de innumerables decisiones individuales: las de los hogares que van a consumir en vez de ahorrar, las de las empresas que harán o no inversiones. He aquí el drama para el pensamiento liberal heroizante: hay que tener la sabiduría intelectual de interesarse por un proceso impersonal.

Pero es posible interesarse por él, ¡y muy concretamente, incluso! Pues la coyuntura es un proceso que, en cierta medida, se deja conducir. Es precisamente al objeto de esa acción a lo que llamamos política macroeconómica. Pero el gobierno “socialista”, maniatado y sometido a las imposiciones europeas, ha renunciado claramente a toda veleidad. Entonces, no le ha quedado otra opción que descender junto con todo el mundo la pendiente de la ideología liberal empresarial para formar el poderoso razonamiento según el cual “si las empresas son las que crean los empleos, entonces hay que ser buenos con las empresas”.

Reconozcamos que, en la profundidad a la que está enquistada actualmente esta barbaridad –proporcional a la velocidad que tarda en venirle a la boca a un editorialista cualquiera–, el trabajo de erradicación va a llevar su tiempo. Pero la política estará mejor, es decir, se hará un poco más racional, cuando sus discursos comiencen a purgarse un poco de todas las tergiversaciones manifiestas, y claramente atadas a un punto de vista muy particular sobre la economía, y cuando se hayan desactivado los esquemas de pensamiento automático que dichas falsas alegaciones gobiernan.

Las empresas no crean empleo, sino que “operan” el empleo determinado por la coyuntura. Si queremos empleo, debemos interesarnos por la coyuntura, no por las empresas. Pero hacer entrar esto en una cabeza “socialista”... Es cierto que, entre las numerosas conversiones simbólicas que es necesario operar, hay que desarticular la irreflexiva costumbre de asociar al Partido Socialista con la izquierda, y de asociar (muy injustamente) a la izquierda con el Partido Socialista. Mientras que, recordémoslo –y bastante se esfuerza para que no tengamos más dudas de ello y podamos “acreditarlo”–, el Partido Socialista es la derecha. Pero una derecha acomplejada, a la cual, al ritmo al que avanzan las cosas, pronto habrá que preguntarse qué complejos le quedan exactamente...

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(1) Propuesto en enero por el presidente francés Hollande, el “pacto de responsabilidad” ofrece a las empresas una reducción de las cotizaciones sociales de 30.000 millones de euros con la esperanza de que estas, en contrapartida, fomenten la creación de empleo.

(2) Cuando era primer ministro de Jacques Chirac, entre 2002 y 2005.

(3) Matthias Fekl, diputado cercano a Pierre Moscovici, citado por Lénaïg Bredoux y Stéphane Alliès, “L’accord sur l’emploi fracture la gauche”, Mediapart, 6 de marzo de 2013.

(4) En el cuento de Edgar Allan Poe “La carta robada” (1844), todos los protagonistas buscan febrilmente una carta de una importancia decisiva que suponen que está escondida, pero que en realidad está a la vista de todos sobre un escritorio.

(5) Léase Gilles Balbastre, “Eternel refrain du travail le dimanche”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2013.

(6) “Jean-François Roubaud: ‘Il faut passer au plus vite aux actes, avec des mesures immédiates’”, Les Échos, París, 3 de enero de 2014.

(7) Pedido de trabajo para los hogares-asalariados, pedido de bienes y servicios para las empresas-clientes.

Frédéric Lordon

Filósofo y economista, autor de Figures du communisme, La Fabrique, 2021, París.