¿Quién controla los medios de producción? ¿Qué se produce y sobre qué definición de valor? Preguntas decisivas, pero ausentes del debate público. Cuando los salarios se repliegan bajo el peso de la austeridad, hacerse esas preguntas parece casi un lujo. Sin embargo, el salario supone un reto que supera al recibo de la nómina. Ofrece una herramienta de transformación social y emancipación cuyo poder se oculta tras dos prejuicios.
El primero sugiere que el salario serviría para satisfacer las necesidades de los trabajadores, como lo manifiesta la expresión “precio de la fuerza de trabajo”. El segundo lo presenta como la contrapartida de la productividad del trabajador, y por lo tanto como el precio del producto de su trabajo. Así, por turno o al mismo tiempo, se lo define como precio del trabajo y como “ingreso del trabajador”. En suma, el sustento y la recompensa del esfuerzo. Ambas proposiciones conducen a que (...)