En Palestina, la historia se repite. De forma regular, inexorable e implacable. Y siempre es la misma tragedia; una tragedia que era posible prever, por lo evidentes que resultan los datos sobre el terreno, pero que sigue sorprendiendo a quienes piensan que cuando los medios de comunicación callan, es que las víctimas asienten. En cada ocasión, la crisis ofrece perfiles nuevos y sigue derroteros inéditos, pero se resume en una verdad cristalina: la persistencia desde hace décadas de la ocupación israelí, de la negación de los derechos fundamentales del pueblo palestino y de la voluntad de echarlos de sus tierras.
Hace mucho tiempo, recién terminada la guerra de junio de 1967, el general francés De Gaulle descifró lo que iba a suceder: “Israel organiza, en los territorios de los que se ha adueñado, una ocupación que no puede llevarse a cabo sin opresión, represión y expulsiones, despertando en contra suya una (...)