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Regreso del eje Indo-Pacífico

La Alianza Atlántica hace campaña en Asia

VIERNES, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2021

El 15 de septiembre, Washington, Canberra y Londres anunciaron la creación del llamado Aukus, un partenariado militar para contrarrestar la pujanza de China en la región del Índico y el Pacífico. De esta forma, Australia ha visto reforzada su alianza con Estados Unidos, que se había vuelto (algo) más tenue en las últimas décadas, y ha anunciado la compra de submarinos nucleares de fabricación estadounidense, excluyendo a Francia del “contrato del siglo” de doce submarinos, celebrado hace seis años. Hasta ahora, Emmanuel Macron había proclamando a viva voz que Francia formaba parte del “eje Indo-Pacífico” diseñado por Estados Unidos para contener a China. Pero Washington no tiene miramientos con sus “aliados” cuando se trata de defender sus intereses. La decisión de Canberra ha tomado por sorpresa a París y el presidente Macron ha mostrado su indignación. En parte, por el impacto económico de la exclusión de Francia de la construcción de los submarinos. Pero más aún, por el ninguneo de Francia (y la Unión Europea) de una decisión de geopolítica tan relevante. No hay que olvidar que en Francia cuenta, todavía, con territorios en la zona: Nueva Caledonia y la Polinesia francesa. Así pues, el viernes 17, ante esta “gravedad excepcional”, el Quai d’Orsay (sede del ministerio de Exteriores francés) tomo una “decisión excepcional”: la retirada de sus embajadores de Washington y Canberra.


Francia se ha sumado recientemente al “eje indopacífico” y ha llevado a cabo maniobras militares conjuntas con Australia, la India, Japón y Estados Unidos. Pero los límites de esa alianza siguen siendo imprecisos y cada país persigue sus propios objetivos.

por Martine Bulard, junio de 2021
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ALAIN JOSSEAU. – “Les Géographes nº 19” (Los geógrafos), 2017

¿Qué va a hacer Francia ante este berenjenal? Según el contralmirante Jean-Mathieu Rey, que dirige las Fuerzas Armadas francesas en la región de Asia-Pacífico (1), París dispone de 7.000 soldados, 15 buques de guerra y 38 aviones desplegados de manera permanente en Asia-Oceanía. Además de esta armada, a finales de marzo y hasta principios de junio, se sumaron el portaaviones de propulsión nuclear Charles de Gaulle, el submarino de ataque de propulsión nuclear Éme­raude, varios aviones (entre ellos cuatro cazas Rafale y un avión cisterna A330), el grupo de operaciones anfibias Jeanne d’Arc, el portahelicóp­teros anfibio Tonnerre, la fragata furtiva Surcouf… Todas estas maravillas ­participan en una serie de ejercicios ­militares junto a Estados Unidos, Australia, Japón y la India.

Es cierto que esta no es la primera ocasión en que Francia hace gala de su parafernalia bélica en la zona: en 2019, una de sus fragatas cruzó el estrecho de Taiwán, lo que provocó un incidente con Pekín. Pero hasta ahora París nunca lo había hecho a ­esta escala. Además, el presidente ­Emmanuel Macron enmarca esta política de despliegue militar como parte “del eje Indo-Pacífico” (2), que tiene a China en el punto de mira. Aunque a veces lo niegue. Sin embargo, durante un viaje a Australia en 2018, el presidente francés definió el rumbo que ­había que seguir: “China está construyendo su hegemonía paso a paso. No se trata de despertar miedos, sino de ver la realidad. […] Si no nos organizamos, pronto será una hegemonía que reducirá nuestras libertades, nuestras oportunidades, y que padeceremos” (3). Para este, la hegemonía estadounidense en la región –en este caso, una hegemonía manifiesta– no parece representar un gran problema.

La geografía y la historia han dado paso a las alianzas diplomático-militares. Subrepticiamente –y sin ningún debate nacional–, Francia ha pasado así de ser una “potencia del indopacífico”, como le gusta definirse haciendo valer sus territorios y departamentos de ultramar (Nueva Caledonia, Polinesia Francesa, San Pedro y Miquelón...), a ser una potencia del “eje ­indopacífico” liderado por Estados Unidos. Un cambio semántico cargado de significado: en junio de 2019, un informe oficial del Departamento de Defensa de Estados Unidos (4) celebraba este giro, que ascendía a París al mismo rango que sus aliados militares (Japón, Australia, Singapur...).

Antes de convertirse en una consigna estadounidense, el concepto de “Indo-Pacífico” ya había circulado mucho. El capitán Gurpreet S. Khurana, director del think tank indio National Maritime Foundation, afirma haber acuñado este concepto ya en 2006. Este lo definió como “el espacio marítimo que comprende el Pacífico y el océano Índico” (5). La idea fue retomada y llevada al plano político por el primer ministro japonés de la época, Shinzo Abe, y por sus sucesores, preocupados por la posibilidad de que China superara a su país en la escena económica mundial y mantuviera un idilio dorado con Estados Unidos, que se había convertido en su principal cliente. Temían por encima de todo un tándem “China-Estados Unidos” que terminara excluyéndolos. Se consideraban la cabeza de puente de Washington en Asia y acogieron con entusiasmo las maniobras conjuntas realizadas por las armadas estadounidense, india, japonesa, australiana y singapurense en el golfo de Bengala en 2007. Toda una novedad. Sin embargo, este “arco de la libertad” –como lo calificó Tokio– acabó desapareciendo del mapa.

El presidente Donald Trump, una década más tarde, sacó del olvido este “eje Indo-Pacífico”. Con su olfato para la comunicación, en 2018 decidió rebautizar al Comando del Pacífico de Estados Unidos (Pacom, el mando de combate unificado de las Fuerzas Armadas estadounidenses en la región), que de ahora en adelante pasará a llamarse Comando Indo-Pacífico (Indopacom). De paso, resucitó el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD, por su sigla en inglés), que agrupa a Australia, Estados Unidos, India y Japón en una alianza informal con contenido militar manifiesto. La Ley de Defensa de 2019 aprobada por el Congreso estadounidense marcaría la pauta: “La máxima prioridad de Estados Unidos” es “contrarrestar la influencia de China” (6).

La bandera de la libertad

Este objetivo sonó a música celestial para los mandatarios neoliberales y ultranacionalistas que estaban al frente de los tres socios de Estados Unidos en el marco de esta alianza: en Australia, se había cerrado el paréntesis laborista; en Japón, había regresado al poder el primer ministro Abe, el principal defensor del QUAD. Mientras, en la India, el nacionalista hindú Narendra Modi se había hecho con las riendas del país, recibiendo incluso al presidente estadounidense con una pompa sin precedentes a pocos meses de que los votantes lo desahuciaran de la Casa Blanca. Las gesticulaciones de Trump y de su equipo han limitado el alcance efectivo del cambio de rumbo. Pero el curso se mantiene.

A principios de 2021, sin perder un instante, el presidente Joseph Biden profundizó en la senda trazada por su predecesor, si bien es cierto que rebajó la agitación y reforzó la defensa de los derechos humanos y de la acción coherente. Asumió como propia la consideración de China como “rival estratégico” y el QUAD como arma política y militar central de su estrategia. Cuando todavía no habían transcurrido dos meses de su toma de posesión, y antes de cualquier reunión bilateral con los mandatarios de la región, el nuevo presidente estadounidense organizó una reunión por videoconferencia el 12 de marzo de 2021 con los otros tres jefes de Estado y de Gobierno que integran esta alianza. Se trató de un encuentro sin precedentes a este nivel de responsabilidad, coronado con un comunicado conjunto. Aunque el texto empleaba unos términos muy generales, los cuatro líderes se comprometieron a desarrollar “una región libre, abierta, inclusiva y sana, anclada en los valores democráticos y libre de ­toda coacción”, es decir, un “Indo-Pacífico libre y abierto”, según la ­expresión empleada (7).

Inmediatamente después, los secretarios de Estado y de Defensa de Estados Unidos, Antony Blinken y Lloyd Austin, se embarcaron en una gira para limar los últimos flecos e incorporar a Corea del Sur en un formato “QUAD+”, que también podría incluir a otros países asiáticos, así como a países europeos, tales como Francia, Reino Unido y Alemania. El objetivo, explica Chung Kuyoun, investigadora de la Universidad Nacional de Kangwon (Corea del Sur), es “‘multilateralizar’ un sistema radial liderado por Estados Unidos” (8). Otros expertos aluden directamente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), surgida durante la Guerra Fría en 1949 y aún en activo, señalando la posible ampliación de su ámbito geográfico, o el nacimiento de una hermana pequeña: una “OTAN asiática” contra la “dictadura china”.

Esta hipótesis no es descabellada. El Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos enumeraba las “prioridades clave” de la OTAN, e incluía la necesidad de “dar respuesta a los posibles retos en materia de seguridad que plantea China y sus crecientes inversiones en Europa” en un informe publicado en vísperas de la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores del 23 y 24 de marzo de 2021 en Bruselas (9). La economía asoma junto a los misiles balísticos, todo ello envuelto en la bandera de la libertad, que agitan constantemente los partidarios de la organización.

Sin embargo, el primer ministro indio no es precisamente un ángel de la caridad en esta cuestión: Cachemira, cuya autonomía ha suprimido, vive bajo un régimen militar; los opositores son encarcelados y torturados, cuando no asesinados; su ley de ciudadanía discrimina a los musulmanes; la represión contra los manifestantes no se ha atenuado... Pero por todos es bien sabido que el cumplimiento de los derechos humanos no tiene la misma importancia según se trate de un aliado o un adversario de Estados Unidos.

De hecho, como nos recuerda Dennis Rumley, profesor de la Universidad de Curlin (Australia) y coautor de un ensayo sobre el “ascenso y caída del Indo-Pacífico” (10), el Indo-Pacífico tiene poco que ver con valores morales y mucho con la “transición global en curso”. Rumley considera que estamos asistiendo a “la transición hacia un nuevo mundo bipolar: Estados Unidos, China”. En Estados Unidos y su esfera de influencia, “a muchos les provoca terror, literalmente. En China, son muchos los que aspiran a ello y exigen que se les tenga en cuenta en la toma de decisiones a nivel mundial. La interacción de estas perspectivas diametralmente opuestas induce a determinados comportamientos por ambas partes”, entre ellos, el hecho de que “la actitud china pueda percibirse como agresiva”.

Rompiendo con décadas de moderación, la muy agresiva “diplomacia del lobo guerrero” (wolf warrior diplomacy) que han adoptado en algunos círculos diplomáticos chinos, no contribuye a mitigar esta imagen. Más fundamentalmente, China ha pasado página en lo que se refiere al discreto papel que mantuvo en las décadas de 1980-2000. Pekín no sólo está incrementando año tras año su presupuesto militar y modernizando rápidamente su armada, sino que también está haciendo oír sus reivindicaciones en el mar de China Meridional sobre la totalidad de las islas Paracelso y el archipiélago de las Spratly, donde ha rellenado de arena siete arrecifes para construir infraestructuras de doble uso (civil y militar). La nueva legislación marítima que Pekín aprobó el pasado febrero ha ampliado los poderes coercitivos de sus guardacostas. De hecho, el número de incidentes con Japón, Vietnam y Filipinas, entre otros, ha aumentado.

“Hay disputas sobre rocas en el mar de China. Es lamentable –reconoce un exdiplomático chino en Europa, al tiempo que repite la tesis oficial de los “derechos históricos de China” sobre la zona–. Necesitamos anclajes en el mar de China para protegernos, no para atacar a nuestros vecinos. No hace mucho tiempo, en 2014, un comandante de la Marina de Estados Unidos, en un informe serio publicado por el US Navy Institute, explicaba que los puertos y las rutas comerciales chinas estaban ‘muy expuestos y eran fáciles de bloquear’. Este propuso la opción, en caso de necesidad, de sembrar nuestro litoral de ‘minas submarinas’ para poder establecer un bloqueo del país”. El escenario es plausible –nuestro interlocutor nos envía la prueba (11)–, pero el miedo no acostumbra a ser buen consejero. Si el acceso de China a alta mar es en efecto bloqueado por los aliados de Estados Unidos y sus tropas, nada indica que el país vaya a obtener mayor seguridad con una política de hechos consumados que ya está alienando a algunos de sus vecinos.

Estados Unidos hace la guerra en todos los frentes

En lo que se refiere a Taiwán, la agresividad no parece lograr resultados mejores. Pekín considera esta isla como una de sus provincias, en virtud del principio de “una sola China”, reconocido desde los años 1970 por las Naciones Unidas y por casi todos los países del planeta. “La separación es imposible, pero la integración no es urgente”, sostiene nuestro diplomático. No está claro que su opinión sea un reflejo fiel de la de las autoridades chinas. En cualquier caso, las incursiones en las inmediaciones del espacio aéreo de la isla han aumentado últimamente. Tanto a las órdenes de Pekín, que ha realizado miles de salidas, bordeando peligrosamente la línea no oficial que separa el espacio naval y aéreo a ambos lados de la costa, y a veces incluso cruzándola, como también, y aunque con menos repercusión mediática, por orden de Washington, que se ha autoproclamado guardián de los mares: en el primer semestre de 2020, el investigador ­Daniel Schaeffer ha contabilizado más de dos mil operaciones de la fuerza aérea estadounidense, y prácticamente una al día durante todo el verano de ese mismo año (12). Estados Unidos acaba de instalar un sistema de radar móvil en las islas Pescadores, a menos de 150 kilómetros de la China continental. Sería algo ingenuo pensar que sólo les mueve la voluntad de proteger a Taiwán…

El hecho es que la estrategia de fuerza adoptada por China genera inquietud entre sus vecinos, y Washington saca provecho de ello. En primer lugar, para reforzar sus capacidades militares, que el actual jefe de Indopacom, el almirante Philip Davidson, considera desequilibradas. Ha llegado el momento de restablecer la Primera Flota de Estados Unidos, que estuvo operativa en la región entre 1946 y 1973. Impulsado por el secretario de la Marina Kenneth Braithwaite, bajo la presidencia de Trump, el proyecto fue confirmado por el almirante durante su comparecencia en el Congreso estadounidense. Las islas Palaos deberían acoger una nueva base estadounidense, en una región que ya cuenta con cientos, especialmente en Japón, donde están destinados aproximadamente 55.000 soldados, en ­Corea del Sur (28.500), en Hawái (42.000) o en Guam, por no hablar de Australia, Nueva Zelanda…

Por lo demás, el gasto militar ­estadounidense en 2020 ha sido de 778.000 millones de dólares, una cifra que triplica el dispendio del Imperio del Medio (252.000 millones). No obstante, China es el segundo país del mundo con mayor presupuesto militar, pero el ejemplo de la Unión Soviética, que se embarcó en una carrera armamentística con Washington a riesgo de su existencia, ha dejado huella en la memoria de los dirigentes chinos. No quieren seguir este camino: de momento, el presupuesto militar de Pekín ­representa el 1,7% de su producto interior bruto (PIB), frente al 3,7% de Estados Unidos, según datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri) (13).

Independientemente de lo que diga el Pentágono, al acecho de créditos suplementarios, Estados Unidos representa el 39% de los presupuestos militares del mundo, y sigue conservando una gran ventaja. Especialmente porque la experiencia de combate está de su lado, como señala el sinólogo ­Barthélémy Courmont: “Las Fuerzas Armadas estadounidenses están constantemente involucradas en operaciones militares, a diferencia del Ejército chino” (14). Los estadounidenses hacen la guerra en todos los frentes, pero son los chinos los sospechosos de albergar intenciones bélicas.

El Indo-Pacífico se ha convertido en su nuevo campo de juego. Sus contornos han fluctuado, comprendiendo desde el Pacífico occidental hasta la costa oriental de África, excluyendo a Estados Unidos bajo la presidencia de Barack Obama y posteriormente incluyéndolo durante la Administración de Trump. De ahora en adelante, “el Indo-Pacífico forma parte del ‘vecindario de Estados Unidos’”, señala Rumley, un vecindario que hay que defender tanto como su patio trasero, según la doctrina tradicional estadounidense... que Pekín estaría emulando. “El comportamiento de Pekín en el mar de China Meridional puede interpretarse, en parte, por esta posición. Al fin y al cabo, Estados Unidos no toleraría la presencia de China en el Caribe”, prosigue Rumley, quien no comparte esta actitud de gran potencia en un momento en el que deberíamos (por fin) imaginar otro tipo de relaciones internacionales.

Ni siquiera los países incluidos en el Indo-Pacífico estadounidense mantienen una visión compartida de la cuestión. Mientras que Australia ha recuperado su condición de sheriff de Estados Unidos (15), Japón sigue siendo un “aliado de segundo círculo” sin “un mando militar unificado con las tropas estadounidenses”, a diferencia de Canberra, señala Robert Dujarric, director del Instituto de Estudios Asiáticos Contemporáneos (ICAS) de ­Tokio. Al país nipón le “resultaría complicado llevar a cabo operaciones armadas en el extranjero, ya que todavía existen muchas reticencias por parte del electorado”. El primer ministro Yoshihide Suga, al igual que su mentor Shinzo Abe, ve en el Indo-­Pacífico la oportunidad de hacer ­realidad el sueño de un “tándem nipón-estadounidense que lidere los asuntos de la región”, cortando de este modo las alas al hermano enemigo chino. Con dificultades en la política interna, Suga se ha vanagloriado de ser el primer líder extranjero que ha sido recibido por el actual inquilino de la Casa Blanca , y aún más de ser promocionado a cogestor de facto para un “reconocimiento acordado sobre la importancia de la paz y la estabilidad del estrecho de Taiwán”, según la declaración conjunta del 17 de abril de 2021. En 52 años, ningún dirigente nipón se había atrevido a mencionar la isla, que el Imperio japonés ocupó con mano de hierro desde 1895 hasta 1945. Esto no contribuye a tranquilizar a sus vecinos, especialmente a Corea del Sur, que sigue en disputa con Tokio por su pasado colonial.

En cambio, la alianza con Nueva Delhi se encuentra en un buen momento. Se organizan regularmente maniobras militares conjuntas. Según Dujarric, “la gran ambición de Tokio es convertir a la India en una plataforma logística, un nuevo patio trasero productivo, que reemplace a China”. Pero por el momento, la “desvinculación” no ha pasado de la fase de las intenciones, y China continúa siendo su principal socio comercial.

En cuanto a la India, espera que esta estrategia Indo-Pacífica le confiera un papel fundamental en la región, volviéndola indispensable. En el plano económico, el primer ministro Modi ha emprendido un vasto programa de privatizaciones y trata de atraer la inversión extranjera, por lo que el propósito de Tokio no le desa­grada. No obstante, las infraestructuras del país siguen siendo deficientes, lo que reduce las perspectivas inmediatas de beneficios.

El papel de Nueva Delhi

En el plano diplomático, al jefe de gobierno le gustaría convertirse en el contrapeso de China, especialmente desde los incidentes de Ladakh del año pasado (16). “La India tiene más de mil millones de habitantes, es una potencia nuclear reconocida y cuenta con uno de los mayores ejércitos permanentes del mundo. No es de extrañar, por tanto, que Nueva Delhi quiera figurar como un actor indispensable en la configuración del futuro del siglo asiático”, nos explica el exdiplomático y diputado indio Shashi Tharoor, quien no obstante se opone a Modi. Sin embargo, “la India, fundadora del movimiento de los países no alineados durante la Guerra Fría, siempre ha sido alérgica a las alianzas y no desea poner todos sus huevos estratégicos en una misma cesta”.

Incluso los más fervientes partidarios del Indo-Pacífico –como el ­especialista indio en relaciones internacionales Brahma Chellaney, que percibía en el QUAD una “nueva dinámica […] en respuesta al agresivo expansionismo de China” (17), se vieron rápidamente decepcionados ante lo que llaman la “arrogancia estadounidense”. El motivo de este vuelco fue la entrada el pasado 7 de abril en aguas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de la India de un destructor lanzamisiles guiados durante unas maniobras navales denominadas “Libertad de Navegación”. Lejos de presentar sus disculpas, Washington ha puesto a Nueva Delhi contra las cuerdas, alegando que estas zonas no tienen validez en el derecho internacional y que la India mantiene “excesivas reivindicaciones marítimas”. Sin embargo, en nombre del respeto a las ZEE reivindicadas por Pekín, la Marina y la Fuerza Aérea de Estados Unidos, al igual que los QUAD, entran y salen del Mar de China.

“A pesar de ser la democracia más poderosa del mundo, Estados Unidos comparte ciertos rasgos con la mayor autocracia del mundo y principal competidora: China. Ambos países tienen un complejo de superioridad extremo”, afirma Chellaney, que señala numerosos ejemplos de incursiones no autorizadas en aguas de sus aliados. “El empleo de la fuerza naval para hacer valer las reivindicaciones marítimas de Estados Unidos contra una amplia gama de países demuestra que, aunque ya no es la única superpotencia del mundo, Estados Unidos conserva viejos hábitos”. Y añade que: “A pesar de que 167 Estados han firmado la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar [UNCLOS], Estados Unidos [que no la ha ratificado] se ha arrogado el derecho de supervisar y hacer cumplir sus disposiciones mediante una interpretación unilateral” (18).

Por ello, Francia debería pensárselo dos veces antes de emprender maniobras militares y de alineamiento ideológico con Washington. Y, con ella, la Unión Europea, que pretende definir una “estrategia Indo-Pacífica” común. Tanto París como Bruselas ­deberían preguntarse, tal y como lo ­hace Camilla Sorensen, profesora asociada del Real Colegio de Defensa de Dinamarca, si Europa está dispuesta a “compartir el objetivo primordial de Washington, [que no es otro que] preservar su posición dominante en la región Indo-Pacífica” y a reconocer la “pertinencia del enfoque estadounidense, sustentado en la confrontación ante los retos que plantea China” (19). Hacerse estas preguntas supone tener que contestarlas…

Tejer lazos con Pekín y Washington

En la India, la prohibición impuesta por el presidente Biden a la exportación de dosis y de determinados componentes esenciales para la producción de vacunas, en un momento en que la covid-19 había comenzado a devastar el país, ha contribuido a acentuar las dudas. Aunque el presidente estadounidense terminó levantando el embargo, al menos parcialmente, el presidente Modi se sirvió amplia­mente de esta prohibición para desviar la atención sobre sus propias responsabilidades en la gestión catastrófica de la pandemia. Resulta complicado, así pues, celebrar la boda indo-estadounidense en estas circunstancias, incluso bajo la bandera del ­Indo-Pacífico. Por el momento, Nueva Delhi está tratando de zafarse de las garras del dragón económico chino –que es también su mayor socio ­comercial– sin caer en las del águila estadounidense.

Este es el dilema al que se enfrentan muchos países de la región, que aspiran a seguir cooperando ­económicamente con China y estratégicamente con Estados Unidos. Washington debería aprender a respetar “a cada país por lo que es, no por lo que le gustaría que fuera”, opina el exministro de Asuntos Exteriores ­australiano ­Gareth Evans (1988-1996). Atrás quedaron los días de las “tres ‘Pes’: primacía, predominio, preeminencia [primacy, predominance, pre-eminence]”, añade (20).

Símbolo del cambio de rumbo económico y estratégico hacia Asia, el concepto Indo-Pacífico es raramente rechazado. No obstante, sus interpretaciones son divergentes. Vietnam, acorralado por su poderoso vecino, se siente cómodo con la concepción estadounidense; Corea del Sur busca, en cambio, contrarrestar la presencia de las tropas de Washington y el poderío japonés a través de relaciones más estrechas con China; Indonesia, sede de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por su sigla en inglés), defiende una posición equidistante entre los dos grandes actores, al igual que Singapur; Filipinas se mueve de uno a otro en función de sus intereses y de los asaltos chinos a los arrecifes que administra.

En efecto, es absurdo pensar en términos de alianzas militares-ideológicas, como en los tiempos de la Guerra Fría, ahora que las relaciones económicas están tan entrelazadas y las asociaciones estratégicas líquidas permiten a los países de los dos supuestos “campos” trabajar conjuntamente. Ahí tenemos por ejemplo la asociación informal de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), la de la Organización de Cooperación de Shanghai (China, Rusia, India, Pakistán...), o la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por su sigla en inglés), el mayor acuerdo de libre comercio jamás firmado, entre los países de la ASEAN y Corea del Sur, Japón y China (21)… Eso en el caso de que ninguno de estos países se sienta amenazado.

“En China deberíamos mejorar los vínculos de amistad que nos unen con nuestros vecinos de Asia-Pacífico –advierte un analista militar chino para el periódico oficial Global Times–. Deberíamos dar más importancia a países como Corea del Sur, Nueva Zelanda y los miembros de la ASEAN (22). Esta crítica en forma de recomendación resulta tan poco frecuente que debería ser tenida en cuenta, a pesar de que su autor reclama un incremento de las Fuerzas Armadas.

Para el exdiplomático singapurense Kishore Mahbubani, “pensar que el poderío económico y tecnológico de China puede ser contenido por medios militares resulta absurdo”. Aquellos que siguen pensando que esto es factible, se equivocan de siglo. Pekín no es Moscú. Y aunque Estados Unidos sigue siendo la ­primera potencia mundial, ya no ­domina el mundo. “Debe aprender a compartir”. Un programa hercúleo.

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(1) Abhijnan Rej, “French joint commander for Asia-Pacific outlines Paris’ Indo-Pacific defense plans”, The Diplomat, Washington, DC, 13 de abril de 2021.

(2) Emmanuel Macron, discurso ante los embajadores, París, 27 de agosto de 2019.

(4) Indo-Pacific Strategy Report” (PDF), Departamento de Defensa de Estados Unidos, 1 de junio de 2019, https://media.defense.gov

(5) Gurpreet S. Khurana, “Security of sea lines: Prospects for Indian-Japan cooperation”, Strategic Analysis, vol. 31, n.° 1, Londres, enero de 2007.

(6) John S. McCain National Defense Authorization Act for Fiscal Year 2019”, Congreso de Estados Unidos, 13 de agosto de 2018, www.congress.gov

(7) QUAD leaders’ joint statement: ‘The Spirit of the QUAD’”, La Casa Blanca, Washington DC, 12 de marzo de 2021.

(8) Chung Kuyoun, “Why South Korea is balking at the QUAD”, East Asia Forum, 31 de marzo de 2021.

(9) Paul Belkin, “NATO: Key issues for the 117th Congress” (PDF), Congressional Research Service, 3 de marzo de 2021.

(10) Timothy Doyle y Dennis Rumley, The Rise and Return of Indo-Pacific, Oxford University Press, 2019.

(11) Victor L. Vescovo, “Deterring the Dragon… from (under) the sea”, US Naval Institute, febrero de 2014.

(12) Daniel Schaeffer, “Chine – États-Unis – Mer de Chine du Sud et riverains: En attendant Biden”, Asie21, 15 septiembre de 2020.

(13) World military spending rises to almost 2 trillion dollars in 2020”, Stockholm International Peace Research Institute (Sipri), 26 de abril de 2021.

(15) Léase Vince Scappatura, “La versión del libre comercio del Pacífico”, Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2014.

(16) Léase Vaiju Naravane, “¿Por qué China y la India se enfrentan en el techo del mundo?”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2020.

(17) Brahma Chellaney, “Biden follows Trump’s footsteps in the Indo-Pacific”, The Hill, 25 de marzo de 2021.

(18) Brahma Chellaney, “US fails to understand that it no longer calls the shots in Asia”, Nikkei Asia, Tokio, 21 de abril de 2021.

(19) Remi Perelman, “Indo-Pacifique-Danemark: Mais pas seul”, Asie21, n.° 149, París, abril de 2021.

(20) Gareth Evans, “What Asia wants from the Biden administration”, Global Asia, Seúl, vol. 16, n.° 1, marzo de 2021.

(21) Léase “Una bomba librecambista en Asia”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2021.

(22) Song Zhongping, “China must prepare for US new QUAD schemes”, Global Times, Pekín, 10 de noviembre de 2020.

Martine Bulard