Carlos Saura estuvo a punto de dedicarse profesionalmente a la fotografía pero decidió seguir haciendo cine y, gracias a ello, pudimos vislumbrar durante el oscuro franquismo que el descabello que había sufrido este país, que no se podía proclamar abiertamente, ofrecía síntomas que podían ser representados burlando la censura. Manifestaciones aparentemente inconexas con la situación política, como el desamparo de silenciosos perdedores o la neurosis social producida por la fuerte represión de la sexualidad, ofrecían, a través de una ficción que mezclaba el realismo con sofisticadas metáforas, un reflejo esclarecedor de nuestra sociedad durante esos años.
A diferencia de la habilidad para el simbolismo que Saura despliega con maestría en gran parte de sus películas, su fotografía es netamente realista, humanista y testimonial: “Si no fuera por las fotos no sabríamos realmente cómo hemos sido”. Saura sabe perfectamente dónde reside el poder de la fotografía y aprovecha su fuerza constatativa para (...)