Tres días después de unas “elecciones históricas” que –según el embajador estadounidense en Nairobi, Michael Ranneberger– se “desarrollaron en calma”, Kenia comenzó a arder. El anuncio de los resultados, manifiestamente adulterados en beneficio del presidente saliente Mwai Kibaki, está provocando enfrentamientos mortales. Son más de setecientos los muertos a causa de la “violencia de bandas de jóvenes manipulados que aterrorizan a la población”, según el investigador Hervé Maupeu, que relativiza así muy oportunamente el carácter étnico de esos acontecimientos. La hecatombe es también responsabilidad de las fuerzas policiales, autorizadas a “tirar a matar”.
¿Quién podía imaginar semejantes hechos en ese tranquilo país del Este de África? Seguramente no la opinión pública occidental, teniendo en cuenta que poco antes de la contienda electoral crucial, el país le había sido presentado como una tierra donde se perpetuaban las imágenes de los “grandes espacios” oníricos, a mitad de camino entre las fotos de Peter (...)