Mujer apasionada y mujer desdichada, a la vez autoritaria y sumisa, inteligente pero carnal, dueña de un gran estilo, a pesar de su extraño peinado, devoradora de amantes, y sin embargo unida para siempre a un solo hombre: ¿de quién se trata? ¿De Britney Spears, Rachida Dati, Carla Bruni? No, ese es el perfil que traza el semanario francés Le Nouvel Observateur (1) de una mujer que fue filósofa, intelectual comprometida y militante, y que para muchos, en Francia y en todo el mundo, encarna el feminismo: Simone de Beauvoir. La revista utilizó los mismos mecanismos del retrato people (foto “impactante” incluida, en este caso un desnudo en la portada). El dossier, publicado con motivo del centenario del nacimiento de Simone de Beauvoir, habla claramente de las condiciones que hoy en día debe reunir en Francia una mujer para entrar en el Panteón de los Hombres Ilustres.
La primera condición es... ¡estar acompañada por un hombre! Beauvoir (alias la “compañera de Sartre”) lo está a lo largo de todo el dossier de Le Nouvel Observateur. El mismo comienza con el relato de su relación con Claude Lanzmann, sigue con Sartre, y termina con el amante estadounidense Nelson Algren. Los primeros párrafos nos muestran a una mujer que vive una relación intensa y conyugal (sus cartas a Lanzmann están firmadas: “Tu mujer”), una mujer llena de gratitud ante ese amor inesperado (“ella, que se creía demasiado vieja para el amor, llora entonces de felicidad”, escriben los periodistas respecto de una mujer de... ¡cuarenta y cuatro años!). O, como dice Lanzmann, “una verdadera mujer, completa”.
¿Lanzmann –y los periodistas– hablan efectivamente de Simone de Beauvoir? ¿La autora de “no se nace mujer, se llega a serlo”, la que mostró que ser mujer no remitía a ninguna “naturaleza” que lo predeterminaría? Al parecer sí, a juzgar por el tono, la verdadera mujer no es la feminista, la militante que muchos conocen, sino la “gran enamorada”, explica Arielle Dombasle (2), requerida por Le Nouvel Observateur (posiblemente porque ella también es lo que Beauvoir parece ser antes que nada para ellos: “la mujer de un filósofo”).
Guerra fría contra las mujeres
Por lo tanto, es como si la vida amorosa de una mujer que no se casó, que no tuvo hijos, y que al parecer tuvo varios/as amantes, se hubiera desplegado en realidad únicamente bajo la tutela de los hombres (sus relaciones homosexuales sólo son evocadas como la manifestación de su personalidad “manipuladora”), bajo la forma de la pasión trágica, y sobre un fondo de reconciliación tardía con la conyugalidad monógama (cuando la enterraron “llevaba aún el anillo de plata que le había regalado Nelson Algren”).
La foto de Simone de Beauvoir publicada en la portada del semanario –al igual que la insistencia sobre su vida amorosa– es sin duda chocante. Como si la filósofa hubiera debido, para ganarse el honor de aparecer en las revistas y la gloria de la celebración nacional, no sólo dar garantías de su amor por los hombres, sino también... desnudarse. Una mujer es una “verdadera” mujer en la medida en que es un cuerpo, y un cuerpo que no se oculta a la mirada de los hombres... ni a la de los publicistas.
Pero esa foto, desnuda, sólo adquiere todo su sentido en relación con el dossier firmado por Agathe Logeart y Aude Lancelin, y a la oposición radical, maniquea, en la que el mismo se basa, entre la vida sexual y afectiva de Simone de Beauvoir de un lado, y su vida intelectual y militante de otro. “La compañera de Sartre le declaró la guerra al patriarcado, pero también fue víctima de la pasión” se dice en la introducción. Por una parte, Beauvoir doctorada en filosofía, autora de El Segundo Sexo y ganadora del premio Goncourt, militante feminista y de izquierda; por otra Beauvoir mujer y amante, arrastrada por el deseo y la pasión. Ambas realidades son pensadas como antagonistas; como si la vida amorosa de Beauvoir, su compañerismo intelectual y su pareja no exclusiva con Sartre, no tuvieran nada que ver con su cuestionamiento de las normas conyugales y familiares.
Nada de lo que surge de lo “privado” en la vida de Simone de Beauvoir es pensado como “político”: la cuestión queda limitada a esa oposición tan “tradicional” –y reaccionaria– entre el afecto y el intelecto, el cuerpo y la mente (3). Esa oposición es sin duda un artificio periodístico, pero permite reafirmar la diferencia entre los terrenos que serían “naturalmente” ocupados por los hombres y las mujeres. Para los hombres, la abstracción, para las mujeres la pasión. Por otra parte, el intento de Beauvoir de descomponer en sus libros y de superar en su vida esa sacrosanta barrera, queda asociada a la intolerancia, a la sequedad, y finalmente a la desgracia. En ese artículo, Beauvoir es una mujer “encorsetada en sus certidumbres, que dice a los otros lo que hay que hacer”; es sin duda “sincera” en su compromiso, pero “tan fría” que se convierte en la “Dama de hierro sartriana”.
La contraposición se ve reforzada por la intención implícita del texto: la “naturaleza” siempre acaba imponiéndose. ¿Acaso Beauvoir no siguió siendo “una muchacha simple hasta el extremo de sus uñas pintadas”? Y Philippe Sollers explica que con su voz “engolada, desagradable, terca, didáctica, parecía querer negar su bella imagen”. El mensaje es fácil de entender: es en el terreno de la apariencia y no en el del lenguaje articulado donde Beauvoir resulta más agraciada. Así lo confirma Dombasle: “Ocultada por tailleurs estrictos y turbantes austeros” ella era sin embargo “una mujer encantadora”. Hubiera sido impropio que una mujer célebre y francesa fuera fea y estuviera mal vestida.
La audacia profética de Sollers entierra a la Simone de Beauvoir intelectual y militante: “Pasará a la historia por su maestría en el arte epistolar”. Al decretar que sus cartas de amor, verdaderas obras maestras, son superiores a su obra teórica, Sollers nos invita a “(re)leer a Beauvoir” a través de sus epístolas, la Beauvoir secreta y privada, la de los sentimientos y la expansión: Beauvoir, finalmente, “sensual y divertida”.
De esa forma el dossier viene a alimentar la temática favorita del backlash antifeminista (4): la lucha de las mujeres marchita, aísla, aporta la desdicha. Esa conclusión es impulsada progresivamente por la idea que la lucha de Beauvoir es violenta. La “guerra” que ella lleva adelante queda reducida a unas pocas reivindicaciones rápidamente evocadas: “rechazar un futuro masculino”, la no inclusión de hombres en los grupos feministas, la defensa del derecho de las mujeres a la violencia, la supresión de la familia a expensas de la comunidad... Se imponía una explicación, pero habrá que conformarse con una simple enumeración, inmediatamente seguida de una increíble pregunta: “Leída, escuchada, celebrada en todo el mundo, ¿fue ella, no obstante, feliz?”.
La respuesta tan esperada aparece unas páginas más adelante, en palabras de –¡otra vez!– Arielle Dombasle, que llega incluso a festejar el fracaso de la búsqueda beauvoiriana de una “libertad superior a sus fuerzas”. Y la actriz-cantante concluye dando una conmovedora visión de Simone de Beauvoir, que “iba a sentarse en un pequeño banco, sola, cerca de la tumba de Sartre (...) llorando el amor de toda una vida”.
Es ese destino trágico el que haría de Simone de Beauvoir una mujer excepcional. ¿Por qué? A causa de su carácter tranquilo, de forma totalmente tautológica, como excepcional, y jamás vinculado con su obra y su acción. El título del dossier: “Una mujer escandalosa”, es desde ese punto de vista revelador, pues las periodistas citan las reacciones indignadas de Albert Camus o de François Mauriac ante la publicación de El Segundo Sexo, en 1949 (5), ¡pero no consideran oportuno precisar cuáles son las tesis que suscitaron esa indignación masculina!
En síntesis, Beauvoir pasa a formar parte del patrimonio nacional, a la manera de Guy Môquet en el panteón sarkozysta: como un personaje mitificado y despolitizado, desconectado de cualquier contexto social y de cualquier relación de dominación (6). Los conflictos son borrados en beneficio de una celebración del genio nacional, a la cual Beauvoir es invitada graciosamente a participar. Por otra parte, resulta sintomático que el artículo dedicado a la actualidad de Beauvoir incluya los testimonios de varias personalidades feministas contemporáneas, presentadas como individualidades pero jamás como participantes en luchas colectivas. Al contrario, se les asigna un lugar destacado –en los recuadros– a Sollers o a Dombasle, célebres personajes que hablan de igual a igual con Beauvoir, pero poco conocidos por su obra filosófica o su compromiso feminista.
Roland Barthes mostró cómo la descripción de los escritores en vacaciones acentuaba la imagen de personajes “aparte”, homenajeados como tales, pero jamás por la singularidad de su producción o de su personalidad (7). No es en absoluto sorprendente que el dossier sobre Simone de Beauvoir concluya con el homenaje de personas sencillas y respetuosas: los mozos del café La Coupole, que el día de su funeral “al paso del cortejo, se pusieron en fila para rendirle homenaje”.