El movimiento separatista flamenco siempre se ha topado con un importante obstáculo: tal y como lo confirma el conjunto de estudios universitarios, los belgas rechazan masivamente la partición de su país (en torno al 95% de los francófonos y al 90% de los neerlandófonos, cifras estables desde 1995). Desde que entró en el Gobierno en 2014, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA, Nieuw-Vlaamse Alliantie) –el principal partido nacionalista–, se ha propuesto esquivar este escollo.
La N-VA, nacida en 2001 de las cenizas de una formación autonomista juzgada como demasiado a la izquierda e impulsada por las nuevas elites financieras del Norte, se ha impuesto desde 2010 como el partido más importante del reino. Su programa conservador denuncia las “esclerosis” del “laberinto” belga: en nombre de la “eficacia”, todo lo que aún sigue siendo federal, es decir, gestionado por el Estado central, debe “pasar a ser propiedad de Flandes y de Valonia” (la (...)