El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) habían prometido que el aumento de los flujos de mercancías contribuiría a erradicar la pobreza y el hambre. ¿Cultivos destinados a la alimentación? ¿Autonomía alimentaria? Se encontró una solución más inteligente: la agricultura local sería abandonada u orientada a la exportación. Así, se sacaría el mejor partido no de las condiciones naturales –más favorables, por ejemplo, para el tomate mexicano o el ananás filipino–, sino de menores costes de explotación en esos dos países que en Florida o en California.
El agricultor de Malí confiaría su alimentación a las firmas cerealeras de la región francesa de la Beauce o del Midwest estadounidense, más mecanizadas, más productivas. Al abandonar su tierra iría a incrementar la población de las ciudades para convertirse en obrero de una empresa occidental que deslocaliza sus actividades para sacar provecho de una mano de obra más (...)