La represión de las manifestaciones en el Tibet en marzo de 2008 conmovió a la opinión pública mundial. Durante dos semanas, miles de personas salieron a las calles, primero en Lhasa, luego en otras ciudades, enarbolando la bandera del Tíbet y coreando consignas independentistas: un manifiesto rechazo a sesenta años de dominación china.
De todas formas, la presencia de monjes en la vanguardia del frente de protesta suscitó dudas acerca de la naturaleza de este movimiento, reiteradamente descrito como una sublevación budista. La represión fue sin lugar a dudas salvaje, pero la inédita violencia de muchos manifestantes hizo trastabillar también la imagen de una lucha mundialmente considerada no violenta. Entre los blancos de estos “insurgentes” hubo civiles chinos han y musulmanes hui, lo que podía dar la impresión de una revuelta con motivaciones étnicas o religiosas.
Simbólicamente, las manifestaciones se materializaron el 10 de marzo, fecha del aniversario del levantamiento nacional de (...)