“No teníamos otra opción. No teníamos bombas, carros de asalto, misiles, aviones ni helicópteros”, declaró al diario ABC el 21 de agosto de 2001 el sheik Abdallah Sahmi, dirigente de la yihad islámica en la Franja de Gaza, para explicar los atentados suicidas. Pero esta declaración de guerra asimétrica ¿explica acaso el crecimiento alarmante y casi exponencial de los atentados suicidas? No es seguro. El kamikaze ha llegado a ser, en pocos años, la bomba inteligente y barata del terrorismo de nueva generación, producto de una ideología y de una técnica de preparación fácil de transponer y exportar.
El atentado suicida constituye un acto operativo violento, indiferente a las víctimas civiles, cuyo éxito está fuertemente condicionado por la muerte del o los terroristas. Para intentar comprender la novedad del fenómeno hay que excluir la referencia constante a los kamikazes japoneses, que pretendían ser combatientes que atacaban objetivos militares. La originalidad del (...)