Diez años atrás difícilmente se encontraría a alguien convencido de la posibilidad de supervivencia del régimen cubano. La URSS, principal comprador de azúcar y proveedor de petróleo de la isla, acababa de derrumbarse. Hubo que reconstruir una estrategia económica adaptada a las nuevas relaciones de fuerza, en un aislamiento casi total, mientras la ola neoliberal se abatía sobre el planeta. Para Cuba la década de los noventa fue la de los años negros y su población debió soportar sufrimientos extremos.
La nueva política económica instaurada desde 1993, la adopción de reformas mercantiles (autorización del trabajo independiente, mercado libre para la agricultura, legalización del dólar, multiplicación de las sociedades con capitales mixtos, ...) permitieron una reactivación del crecimiento a finales de la década. Sin embargo, al mismo tiempo dieron lugar a un desquicio social y a una inversión de los valores inculcados por la Revolución, al modo de la dualidad monetaria que (...)