Douar Tamgoute el Jadid, en la periferia de Aoulouz (Marruecos). Antes del amanecer, Kabira, de 26 años, y unas quince vecinas se apiñan, de pie, en la caja de una camioneta. Suspirando, dicen: “No volveremos a casa antes de las 8 de la noche.” Vehículos que transportan como ganado a obreras agrícolas envueltas en sus velos recorren las carreteras del valle de Souss, después de la primera plegaria. Las conducen a establecimientos de explotación intensiva, de capital en su mayoría marroquí (principalmente de la familia real), francés o español. Las campesinas protestan: “Antes trabajábamos en nuestros campos y los de nuestros vecinos. Lo hacíamos sin autoridades ni conflictos entre los miembros de la comunidad. En estas granjas enormes no tenemos derecho a hablar. Si una de nosotras no trabaja bastante rápido, los jefes la insultan. En algunos lugares, nos golpean con palos…”. Uno de los establecimientos de la región tiene (...)
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Sudor y lágrimas para cosechar el “milagroso” aceite de argán
Cólera de las campesinas de Souss en Marruecos
Desde que algunos grandes productores de frutas y verduras tempranas o cítricos, e industrias del sector cosmético extraen sus ganancias del valle de Souss, cada vez son más las campesinas bereberes condenadas a bregar como obreras agrícolas, en condiciones lamentables, para abastecer a Europa de tomates, naranjas y aceites cosméticos. Este modelo de desarrollo, que despoja a las familias rurales de sus magros recursos hídricos y forestales, tiene un coste social y ecológico grave.
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