Los efectos devastadores de la crisis parecen haber alcanzado finalmente la masa crítica suficiente para producir algunos reordenamientos en la regulación económica y financiera del capitalismo globalizado. Cabe incluso alabar, junto a John Maynard Keynes, esa capacidad –que algunos denominan elegantemente pragmatismo– que “lleva a los hombres de Estado y administradores a limitar las consecuencias más graves de los errores derivados de los estudios en los que se formaron, al tomar iniciativas casi en contradicción con sus principios, sin ser a la vez, en la práctica, ni ortodoxos ni heréticos…”.
Las pruebas están a la vista: en apenas tres o cuatro meses, los mismos que se aprestaban a votar presupuestos rigurosos; a ajustar la política monetaria para evitar los “efectos de segunda vuelta” inflacionistas (en realidad, las alzas de salarios); a perfeccionar “la integración financiera europea”; repentinamente se dedicaron a efectuar colosales inyecciones de liquidez en el sistema bancario; a bajar (...)