Gerente de una cooperativa agrícola especializada en patatas en Janja, en la República Srpska, o República Serbia de Bosnia, Mujo Bogaljević ha vivido “todo lo peor que trajo la década de 1990: trabajos forzados, detenciones sumarias, combates en el frente, exilio, expropiaciones…”. Bogaljević, que es bosníaco (musulmán), tuvo que exiliarse durante la guerra en Tuzla, una ciudad que actualmente se encuentra en la Federación de Bosnia-Herzegovina. En el año 2000, su familia decidió regresar a su casa, situada en esta segunda entidad del país que está dominada por los serbios. No tiene intención de marcharse y no cree en el ruido de sables del que tanto hablan los medios de comunicación occidentales: “Ya no tenemos medios para hacer la guerra. Ningún bando cuenta actualmente con la fuerza que tenía en su momento el Ejército yugoslavo. Es posible que veamos a dos idiotas pegándose tiros, pero nuestros líderes han acumulado demasiado (...)
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Los efectos perversos de la tutela internacional
Bosnia: el arte de continuar la guerra por otros medios
Bosnia-Herzegovina sigue dando pie a relatos antagónicos. En primer lugar, los de los tres pueblos que componen el país y que se enfrentaron en la década de 1990. En segundo lugar, los de las potencias regionales o mundiales que avanzan sus peones en el tablero de los Balcanes. Y, por último, los de los medios de comunicación que transmiten un discurso del miedo, propicio a cultivar los reflejos etnonacionalistas explotados por los partidos en el poder.
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