Durante mucho tiempo, los términos “anarquista” y “libertario” fueron indisociables para los militantes, encuadrados o no en las organizaciones epónimas, quienes los reivindicaban para definir su posicionamiento en el terreno político, o más precisamente, externo y en oposición a éste desde el momento que era confundido con el escenario politiquero. Lo mismo sucedía con aquellos que los combatían o reprobaban: no sólo los guardianes oficiales del orden burgués, sino también los miembros de los demás partidos, de izquierda o de derecha, los periodistas de todos los credos y la “opinión pública”, conformada por los unos y los otros, coincidían en poner a anarquistas y libertarios en un mismo saco.
Actualmente, esta asociación de palabras no ha perdido en absoluto pertinencia para los involucrados, aun cuando éstos insisten en puntualizar, como siempre lo han hecho, en qué y por qué esto no significa que ambas denominaciones sean sinónimos. Y nos recuerdan que (...)