“¿Acaso el pan y el agua no son alimentos suficientes?”, replicó Picasso a Asger Jorn cuando este reprochara a los artistas españoles en general, y a él y a Goya en particular, un empleo excesivo del blanco y del negro. “Esos no son colores”, había remachado el pintor danés. Estos no-colores ya los utilizaba Antonio Saura desde los años 1950, melodías fúnebres de la España de siempre que trataba de exorcizar: cantos metafóricos y simbólicos; obras evocadoras de principios de vida, al tiempo que imágenes de muerte. Con blancos y negros por lo visto irreconciliables, con una sensualidad y un ascetismo a priori antagónicos, la pintura de Saura supuso, hasta 1970, un esfuerzo tenaz de armonía y avance de lo espontáneo y de lo reflexivo, del sentimiento y del intelecto, de lo estructurado y de lo informal.
Picasso, el artista que más cambió a lo largo de su vida, reconocía la (...)