Uno es libre de desear o no una alianza de la izquierda con los ecologistas para las elecciones presidenciales francesas del próximo año, pero los términos de este debate han confirmado el analfabetismo geopolítico de la mayor parte de los periodistas. Porque, aun suponiendo que ninguna divergencia en temas de política económica y social impida a las formaciones situadas a la izquierda de Emmanuel Macron formar un frente común contra él en la primera vuelta electoral, ¿acaso puede decirse lo mismo en lo que atañe a la política exterior? Lo más sorprendente es que este tema no haya interesado a nadie. ¿La relación con Estados Unidos, China, Rusia; la política de Francia en Oriente Próximo, en África, en América Latina; la fuerza nuclear? Durante la reunión que mantuvieron el pasado 17 de abril, los líderes de la izquierda, al parecer, no abordaron ninguno de estos temas. Y, lejos de extrañarse por ello, los medios de comunicación prefirieron reservar sus comentarios para cuestiones tan decisivas para el futuro del país como las comidas vegetarianas en los comedores escolares de Lyon, las “reuniones no mixtas” de un sindicato estudiantil o el que se negara una subvención a un aeroclub de Poitiers.
Tanto es así que cuando el iniciador de la reunión unitaria, Yannick Jadot, publicó un análisis de política exterior neoconservador, su contenido pasó inadvertido (1). Varios pasajes, no obstante, que uno pensaría escritos en un despacho del Pentágono, sitúan al líder ecologista a la derecha de Macron. Así pues, achaca el “auge de las tensiones internacionales” a la “creciente agresividad de los regímenes autoritarios que gobiernan China, Rusia o también Turquía”. Parece que, para él, las provocaciones nunca están del lado de Estados Unidos, Arabia Saudí o Israel. Nos encontramos con idéntico estrabismo atlantista cuando reserva para Moscú y Pekín el monopolio de las “noticias falsas”, el apoyo a los “movimientos extremistas” o la compra de “nuestras empresas estratégicas”. Pasa por alto, así, las supuestas “armas de destrucción masiva” en Irak, el apoyo occidental y saudí al Frente Al Nusra sirio –sucursal de Al Qaeda–, el bandolerismo estadounidense que impone multas extravagantes a las empresas competidoras y que obligó a Alstom a pasar bajo control de General Electric (2). Lógicamente, su texto también exige, a rebufo de Donald Trump y Joseph Biden, que los europeos “pongan fin inmediatamente al proyecto de gasoducto Nord Stream 2” (leánse los artículos de las páginas 12 a 14). Y sugiere que apoyen a “Ucrania, enfrentada a la agresión militar de su vecino ruso”. El caso es que Kiev reclama sobre todo su adhesión a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y que los ecologistas han prometido –será una de sus “primeras medidas”, de ejercer responsabilidades de gobierno– sacar a Francia de dicha alianza militar...
El exministro socialista Benoît Hamon afirma, sin embargo, que los desacuerdos no son “tantos entre las formaciones ecologistas y de izquierdas”. ¿Significa esto que mañana la Francia progresista podría tener la política china de Tokio, la venezolana de Washington, la árabe de Tel Aviv y la rusa de Varsovia?