Treinta y seis años después del nacimiento del primer bebé probeta –en 1978, en el Reino Unido–, han nacido cinco millones de niños por fecundación in vitro (FIV), y hoy cerca del 3% de los niños de los países industrializados son concebidos de esta forma. Pero la técnica avanza sin cesar, mientras que la reglamentación bioética se flexibiliza. De esta manera, la medicalización de la procreación podría tomar nuevos rumbos, susceptibles de “mejorar” al ser humano. Entre las más fantasiosas: la clonación o el progenitor universal.
Reproducirse solo o engendrar con un progenitor anónimo: ambas direcciones, aparentemente antagónicas, mantienen una particular relación con la alteridad, y dejan muy poco espacio al otro. En la primera hipótesis, los humanos podrían reproducirse de manera idéntica sin “contaminar” su propio genoma con el de una pareja. Pero, y lo lamento por los egocéntricos que lo desearan, la realidad biológica no lo permite: en efecto, (...)