En un discurso de campaña, el pasado abril, Emmanuel Macron afirmaba que “la verdadera alternancia es la eficacia”, referencia a la que se aferra desesperadamente el mundo político. Este último padece una crisis doble: su tecnocratización, y la dilapidación de sus fundamentos simbólicos asociados a la soberanía popular. Por consiguiente, busca unas muletas en el ámbito empresarial; de ahí el homenaje permanente a las start-up, las declaraciones de amor a la empresa o las genuflexiones ante Silicon Valley. Pero, ¿para qué sirve la eficacia? y, ¿se puede fundar una sociedad sobre esta exigencia?
Por toda respuesta, la mirada antropológica que dirige Occidente sobre sí mismo se remite a la industrialización implantada después de 1800. Sin embargo, para operar semejante revolución industrial, fue necesario construir previamente una visión del mundo compartida que, para celebrar a la humanidad creadora y productora, excluyera todo referente trascendente. Este proceso, que denominamos “industriación”, precede a la (...)