El pasado 15 de diciembre en París, tres “chalecos amarillos” se relevaban en la plaza de la Ópera para leer un comunicado dirigido “al pueblo francés y al presidente de la República, Emmanuel Macron”. El texto anunciaba de entrada: “Este movimiento no pertenece a nadie y es de todos. Es la expresión de un pueblo que, desde hace cuarenta años, se ve desposeído de todo lo que le permitía creer en su futuro y en su grandeza”.
En menos de un mes, la cólera inspirada por un impuesto sobre los carburantes ha desembocado así en un diagnóstico social general y, a la vez, democrático: los movimientos que engloban a sectores poco organizados favorecen su politización acelerada. Hasta el punto de que el “pueblo” se descubre “despojado de su futuro” un año y medio después de haber llevado a la presidencia a un hombre que se jacta de haber eliminado a los (...)