En Francia, la víspera de las concentraciones del pasado 8 de diciembre, la presidencia de la República, en estado de pánico, alertó directamente a los periodistas: un “núcleo duro de varios miles de personas” se disponía a entrar en París “para destruir y matar”. Pero, finalmente, lo más destacado de esa jornada fue la convergencia, en muchas ciudades de Francia, de decenas de miles de “chalecos amarillos” y de populares “marchas por el clima”. A la irrupción de manifestantes en el espacio público, y particularmente en las rotondas, siguió una rápida maduración política. Todos, cada cual con sus palabras, describían un sistema que convierte al hombre en un depredador, tan funesto para la naturaleza como para sus semejantes.
Ya que, si bien todavía estamos a tiempo de evitar el caos climático, muchos ya perciben en su vida cotidiana el hundimiento antropológico –el fin de los seres humanos, “transformados en bestias productoras (...)