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Una larga disputa intelectual

Sacar de las sombras a la mujer prehistórica

¿Y si nuestros ancestros femeninos hubieran pintado en la cueva de Atapuerca, cazado bisontes, tallado herramientas? Los primeros prehistoriadores, al copiar en su objeto de estudio el modelo patriarcal y su orden divino, construyeron mitos que infravaloran a las mujeres. La labor científica conduce a distanciarse de estas presuposiciones para reconsiderar el papel del “segundo sexo” en la evolución humana.

por Marylène Patou-Mathis, octubre de 2020

Ningún argumento arqueológico confirma la hipótesis de que en el Paleolítico las mujeres tuvieran un estatus social inferior al de los hombres. Algunos arqueólogos, basándose en la abundancia de representaciones femeninas, incluso sugieren que, por su papel protagónico en las creencias, las mujeres gozaban de una elevada condición en aquellas sociedades (1). Al parecer, es algo que se comprueba al menos en algunos casos, pero ¿era esa la única razón? Hay otros investigadores que sostienen que, en aquellos tiempos, las sociedades eran matrilineales, y puede que matriarcales.

Es frecuente la confusión entre sociedad matriarcal –en la que las mujeres ejercen la autoridad social y jurídica– y sociedad matrilineal –un sistema de parentesco basado en la filiación materna–. La palabra “matriarcado” sobreentiende una dominación femenina, como así lo señala su etimología (del griego arkhein, “dirigir”, “mandar”). Ciertamente se ha observado una jerarquía basada en la hembra dominante y su descendencia en varias especies animales, especialmente entre los bonobos, nuestros primos más cercanos; y también está el caso de los na, un pueblo de origen tibetano de los remotos valles de Yunnan en China, que mantenían todavía en los años 1990 la estructura de una sociedad matriarcal (2); pero hoy en día el matriarcado ha desaparecido. En cambio, muchas sociedades en todos los continentes han sido matrilineales y algunas siguen siéndolo. Con la constatación de que, en la mayoría de las civilizaciones desde la Antigüedad, los hombres han tenido un mayor poder económico y social que las mujeres, muchos autores afirman que lo mismo ya sucedía en los albores de la Humanidad. Rechazan la tesis, avalada por varios eruditos del siglo XIX, de que hubo un matriarcado anterior al patriarcado. Si existió o no un matriarcado en las sociedades prehistóricas es un tema que lleva más de siglo y medio debatiéndose, y es aún objeto de enconadas controversias. Para muchos autores, el “matriarcado original” no sería más que un mito; para otros, existió hasta que apareció el patriarcado a lo largo del periodo neolítico (3).

En la promiscuidad del clan, ante la imposibilidad de saber a ciencia cierta quién era el padre de una criatura, el parentesco sólo se podía transmitir y fijar a través de la madre. Según el antropólogo polaco Bronislaw Malinowski y el jurista suizo Johann Bachofen, esta filiación matrilineal existía en las primeras sociedades humanas. Ya en 1861, Bachofen, basándose en antiguos mitos y relatos de viajes, en particular los del padre jesuita Joseph François Lafitau, misionero en Nueva Francia (Canadá), sugiere que “la era primitiva” es la era de la “ginecocracia”, basada en el derecho materno. El jurista sostiene que las mujeres utilizaron el “misterio” de la maternidad para organizar la tribu en torno al culto a la “Gran Diosa” y a la transmisión del poder de madre a hija. Varios antropólogos y filósofos de finales del siglo XIX defendieron la existencia de un matriarcado primitivo, o al menos de una igualdad social entre hombres y mujeres. En su hipótesis, los hombres habrían tomado el poder e implantado el patrilinaje, y posteriormente el patriarcado, con la transición de una economía de depredación (cazadores-recolectores) a una economía de producción (agropastores). Esta tesis, que seguía teniendo aceptación a principios del siglo XX entre algunos antropólogos, cobró nueva vida en los años 1930. Las estructuras sociales de las sociedades prehistóricas habrían sufrido modificaciones con el tiempo: primero clánicas, luego matriarcales y sedentarias, y finalmente familiares (de pareja) y nómadas. Hoy en día ese patrón lineal evolutivo, basado en varias inexactitudes, que postuló el arqueólogo ruso Piotr Efimenko ha sido totalmente descartado.

Unos treinta años después, Marija Gimbutas, especialista de la Edad de Bronce (2200 a 800 a. C.), describe las sociedades preindoeuropeas como “matrísticas” (4) (matrilineales). Habrían perdurado durante unos 27.000 años antes de quedar poco a poco desplazadas por la llegada, a partir del año 3000 a. C., de tribus nómadas venidas de las estepas de Asia Central. Las civilizaciones mediterráneas conocidas como de los “hipogeos” –que se caracterizaban por enterrar a los muertos en cuevas artificiales cavadas en la roca– también se enmarcarían en este tipo de organización matrilineal y habrían sufrido el mismo destino alrededor del 3500 a. C. Las tribus ecuestres habrían impuesto un sistema patriarcal y bélico a las poblaciones indígenas matrilineales. Se trata también de una tesis cuestionada principalmente porque se han descubierto armas y rastros de fortificaciones que datan de mucho antes de la llegada de estas tribus y porque la expansión de estas habría sido por lo general pacífica.

Apropiación de los niños

En la década de 1980-1990, varias historiadoras estadounidenses sostienen a su vez que las culturas prehistóricas eran matrilineales, pero también más igualitarias, más pacíficas y menos jerárquicas que las sociedades patriarcales. Esto lo rebaten varios investigadores. Muchos de ellos consideran que las descripciones de las sociedades matriarcales solo serían “cultas construcciones mitológicas” emparentadas con el romanticismo de una desaparecida “edad de oro” en la que no existía la dominación de un sexo sobre el otro (5). La “ginecocracia” de Bachofen sería producto de una “fantasía”, según Emmanuel Todd, quien considera que “la condición de la mujer es en realidad más elevada en los sistemas de parentesco indiferenciado que en las sociedades matrilineales” (6). El matriarcado original no sería pues más que un mito. Sus defensores se basan en argumentos etnográficos, y lo mismo hacen sus oponentes, apoyándose en varios ejemplos de sociedades tradicionales que, aunque igualitarias desde el punto de vista económico y social, no lo eran en las relaciones entre hombres y mujeres. Dicho esto, no se puede negar la evidencia de que existían sociedades, bastante menos numerosas, eso sí, donde las relaciones entre los sexos eran equilibradas (entre la etnia de los san del sur de África, por ejemplo).

“¡El matriarcado nunca existió!”. Esta sentencia lapidaria, que se pudo leer en el número de noviembre de 1992 de la revista L’Histoire, nos plantea un interrogante: ¿por qué se resisten muchos investigadores a considerar la hipótesis de que la dominación masculina y el sistema patriarcal no son originarios, sino que se han ido estableciendo a raíz de cambios, tal vez económicos, que modificaron la estructura social de las comunidades de cazadores-recolectores? Casi inexistente en las sociedades paleolíticas, la acumulación de bienes –favorecida por la vida sedentaria y la domesticación de plantas y animales– habría dado lugar a la aparición de una nueva actividad, la de protegerlos, función que habría corrido a cargo de los hombres, supuestamente más fuertes físicamente. Al convertirse poco a poco en propietarios de cultivos y rebaños, los hombres habrían instituido la filiación patrilineal para asegurar su transmisión a los hijos. La apropiación y el control de los niños, plasmados en la generalización del derecho paterno, habrían surgido en el seno de grupos ya socialmente organizados, según la tesis de Claude Lévi-Strauss en Las estructuras elementales del parentesco (1949). Esta sustitución de filiación habría originado, a más o menos largo plazo, la aparición del sistema patriarcal. Por lo tanto, es muy probable que los cambios económicos y sociales observados en el periodo neolítico modificaran profundamente las relaciones entre hombres y mujeres. Sin duda marcarían el comienzo de la era patriarcal, como escribió la filósofa Olivia Gazalé: “Quien primero derrocó el orden sexual no fue la mujer, sino el hombre, cuando puso fin al mundo mixto –en el que los derechos y libertades de la mujer eran mucho más amplios y lo femenino era respetado y divinizado– para construir un nuevo mundo, el mundo ‘virarcal’ [basado en la virilidad], en el que a la mujer se le asignaría un rango inferior, se la encerraría y despojaría de todos sus poderes. En los albores de esta nueva civilización comienza la gran narrativa de la superioridad viril, que iban a consolidar, siglo tras siglo, la mitología (con la imagen y con el símbolo), la metafísica (con el concepto), la religión (con la ley divina) y la ciencia (con la fisiología)” (7).

División sexual del trabajo

Ya en 1884, Friedrich Engels identificó la sustitución progresiva de la filiación materna por la paterna como una de las causas de la subordinación de la mujer; según él, el derrocamiento de la ley materna fue “la gran derrota histórica del sexo femenino” (8). Más de ciento veinte años después, Emmanuel Todd también señala que, si bien el principio patrilineal favoreció el desarrollo de formas familiares complejas que más tarde se extenderían por casi toda Eurasia (lo cual implica que anteriormente habría habido otro principio), su contrapartida fue una degradación de la condición de la mujer y, por consiguiente, un menor papel de las madres en la transmisión cultural. Así pues, la poca frecuencia de regímenes matriarcales –simultáneamente matrilineales y matrilocales (en los que el “marido” va a vivir en la familia de su “esposa”)– se explicaría por la dominación masculina universal. La subordinación de la mujer, que es una forma de violencia, sería una consecuencia de la división sexual del trabajo.

En las sociedades paleolíticas, al procrear a los hijos y criarlos en sus primeros años de vida, las mujeres tenían un papel primordial en la supervivencia del clan. Como era imposible saber con certeza quién era el verdadero padre del recién nacido, la filiación matrilineal parece más que probable. Partícipes de un gran número de actividades, tenían un papel económico real y probablemente un estatus social equivalente al de los hombres, y quién sabe si incluso más alto dentro de la esfera doméstica y simbólica, si se considera el lugar central que ocupan las representaciones femeninas en el arte paleolítico. Es razonable suponer que en estas sociedades había un equilibrio en las relaciones entre sexos, pero no disponemos hoy por hoy de ningún indicio que permita inferir la existencia de sociedades matriarcales, es decir, dominadas por las mujeres… como tampoco lo hay de sociedades patriarcales. Es posible que la sustitución gradual de la filiación materna por la filiación paterna tuviera lugar efectivamente durante el Neolítico, pero no en todas partes, ya que todavía existen sociedades matrilineales en algunas partes del mundo.

Muy a principios del Neolítico, la organización socioeconómica de las primeras sociedades agrícolas se configura, al parecer, incluyendo a las mujeres (9). Como agricultoras, se les atribuye el origen de la domesticación de plantas y de ciertas herramientas agrícolas, como la azada y la piedra de moler. Se da un cambio en la organización social alrededor del año 6000 a. C., periodo marcado por una explosión demográfica local, como efecto de la abundancia de alimentos (atestiguada por la presencia de numerosos silos para cereales) y de un auge de la sedentarización (aparecen las primeras aldeas). Con el desarrollo de la cría de ganado y el dominio de nuevas técnicas agrarias, los hombres habrían sustituido gradualmente a las mujeres en los trabajos relacionados con la agricultura. La explotación de los animales para la lana o la leche habría conducido a un mayor confinamiento de las mujeres en el espacio doméstico. Al aumentar las riquezas (campos o pastos, ganado, reservas de alimentos), ellos habrían ido ocupando un lugar cada vez más relevante dentro de las comunidades. Estos cambios habrían remodelado las relaciones sociales, dando nacimiento a elites y castas, entre ellas la de los guerreros, y habrían llevado a una división sexual del trabajo más nítida, así como a una generalización de la residencia patrilocal (las mujeres viven en la familia de su “cónyuge”) y de la filiación patrilineal.

Según su posición social

Estas transformaciones, que trastocan por completo el lugar de la mujer en la sociedad, dejan su impronta a partir del año 5000 a. C. en la composición del mobiliario funerario (más sexuado y menos diversificado en las tumbas de las mujeres) y en el estado de salud de los esqueletos femeninos desenterrados. Se observa un aumento de las patologías asociadas no solo con trabajos duros, transporte de cargas pesadas y embarazos repetidos, sino también con deficiencias debidas a una alimentación poco proteica (basada principalmente en féculas y vegetales, como lo atestigua el mayor número de caries) y con lesiones derivadas de actos de violencia. Pero esto no vale para todas las mujeres. En varias tumbas, las difuntas van ricamente ataviadas y presentan pocas patologías y traumatismos (10). De ello se deduce que la situación de las mujeres durante este periodo parece variar según su posición social.

Durante más de siglo y medio, las interpretaciones que se han hecho de los vestigios arqueológicos han contribuido en gran medida a hacer invisibles a las mujeres prehistóricas, con un especial menoscabo de su importancia en la economía. Los nuevos descubrimientos hacen que se las mire con otros ojos y que se reconsidere su papel en la evolución, que resulta ser tan importante como el de los hombres.

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(1) Piotr Efimenko, La société primitive (1953), en Claudine Cohen “La moitié ‘invisible’ de l’humanité préhistorique”, coloquio Mnemosyne, Lyon, IUFM, 2005.

(2) Cai Hua, Une société sans père ni mari. Les Na de Chine, Presses Universitaires de France (PUF), París, 1997.

(3) Ernest Borneman, Le Patriarcat, PUF, 1979.

(4) Marijas Gimbutas, Bronze Age Cultures of Central and Eastern Europe, Mouton & Co., París, 1965.

(5) Cynthia Eller, The Myth of Matriarchal Prehistory. Why an Invented Past Will Not give Women a Future, Beacon Press, Boston, 2000.

(6) Emmanuel Todd, L’origine des systèmes familiaux, tome I: L’Eurasie, Gallimard, París, 2011.

(7) Olivia Gazalé, Le Mythe de la virilité, Robert Laffont, París, 2017.

(8) Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Alianza Editorial, Madrid, 2008.

(9) Jacques Cauvin, Naissance des divinités, naissance de l’agriculture: la révolution des symboles au néolithique, Flammarion, París, 1998.

(10) Anne Augereau, “La condition des femmes aux néolithiques. Pour une approche du genre dans le Néolithique européen”, defensa de tesis de habilitación HDR (Habilitation à Diriger des Recherches), Instituto Nacional de Historia del Arte National de Francia, 28 de enero de 2019.

Marylène Patou-Mathis

Directora de investigación en el CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica francés), departamento Hombre y Entorno del Museo Nacional de Historia Natural de París. Es autora de L’homme préhistorique est aussi une femme. Une histoire de l’invisibilité des femmes, Allary, París, 2020.