¿Golpe de Estado? ¿Golpe de gracia? ¿Golpe maestro? La prensa maliense compite en juegos de palabras para dar cuenta de los acontecimientos del 18 de agosto de 2020, en los que un grupo de altos mandos militares destituyó al presidente Ibrahim Boubacar Keita (“IBK”) y a su primer ministro Boubou Cissé. No debe sorprender, por supuesto, que los sublevados rechacen la denominación de golpe de Estado y se encumbren afirmando que han “asumido (sus) responsabilidades” ante el “caos, la anarquía y la inseguridad” que impera en el país por “culpa de los hombres responsables de su destino”. En cambio, que actores políticos y sociales de primera fila se resistan a utilizar la expresión dice mucho de lo que sienten numerosos habitantes de Malí: una mezcla de incomodidad y alivio. De hecho, la operación militar, llevada a cabo con rapidez y casi sin choques, pone fin de momento a un álgido (...)
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LA DEBILIDAD DE LOS SISTEMAS POLÍTICOS QUE DEPENDEN DEL EXTERIOR
En Malí, un golpe de Estado en un país sin Estado
La junta que derrocó al presidente maliense Ibrahim Boubacar Keita el pasado 18 de agosto encomendó al coronel jubilado Bah N’Daw la dirección de la transición hacia un nuevo régimen civil. El país sufre su cuarto golpe de Estado desde su independencia, en 1960. La intervención del Ejército revela la fragilidad de unos regímenes políticos encorsetados por las instituciones financieras internacionales.
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