La revuelta árabe desencadenada por la protesta que estalló en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid tras el suicidio del joven Mohamed Bouazizi el 17 de diciembre de 2010, confirma ampliamente esta idea: en un movimiento popular de gran amplitud, unido en torno a la oposición a un régimen despótico y a la reivindicación de un cambio democrático, es frecuente observar cómo se asocian la mayoría de las clases medias y las capas más pobres de la sociedad.
Vendedor ambulante de condición precaria y miserable, Bouazizi presentaba el perfil típico de los que protestaban en la “primavera árabe”: una masa compuesta de millones de jóvenes y menos jóvenes pertenecientes tanto al sector llamado informal –el de los “desocupados disfrazados”, que viven de expedientes a la espera de encontrar un empleo– como al grupo de desocupados formales. A dichas masas se unieron, en Túnez y Egipto, las fuerzas organizadas o desorganizadas de (...)