Hace 60 años, los doloridos vencedores de la II Guerra Mundial se reunieron en San Francisco para crear una organización mundial destinada –como dijera posteriormente el embajador estadounidense ante Naciones Unidas, Henry Cabot Lodge– no a “llevarnos al paraíso”, sino eventualmente a “salvarnos del infierno”.
Franklin Delano Roosevelt había sido el promotor del proyecto de la ONU, y cuando falleció, 13 días antes de la conferencia de San Francisco, Harry Truman tuvo que hacerse cargo del asunto. Comparado con él, George W. Bush parece un trotamundos. Truman había estado una sola vez en Europa, como combatiente en la I Guerra Mundial. Pero eso no le impidió entender la importancia del compromiso estadounidense en la creación de Naciones Unidas (ONU). “Estados Unidos no puede seguir estando orgullosamente detrás de una línea Maginot mental” declaró. Lo que estaba en juego era muy importante: “En un mundo sin ese tipo de mecanismos estaríamos condenados (...)