En torno a los principales candidatos para las elecciones presidenciales francesas se afana un grupo de colaboradores. Esos equipos, exhibidos delante de las cámaras, y esos organigramas publicados por la prensa no representan únicamente una concentración de poderes, de ambiciones y de savoir-faire: expresan, además, compromisos entre fracciones de la clase dominante e imprimen su marca en los diversos programas. Después de Nicolas Sarkozy en el papel de “presidente de los ricos”, ahora tenemos a François Fillon, su ex primer ministro, como apóstol de la empresa, de la autoridad y de la fe.
En la aritmética del poder, todas las riquezas no cuentan con el mismo valor. El dinero se impone sobre las otras (cultura, conocimientos y prestigio) y determina sus magnitudes relativas. Lo mismo ocurre con los aliados de Fillon: los financieros fijan el rumbo, los asesores organizan la campaña, mientras los responsables de comunicación sacan brillo a la imagen (...)