Resulta extraño que un escritor no se haya comprometido nunca, de forma duradera, con ningún partido, que se haya esforzado por no participar en ninguna camarilla. El artista capaz de apartarse del “orden degradante de la horda”, retomando la expresión de Pier Paolo Pasolini en sus Escritos corsarios, se arriesga a ver cómo su descarada soledad pasa factura a su obra, sobre todo después de su muerte. Puede suceder que, durante años, ningún editor se sienta responsable de ésta, ningún universitario sienta que es su guardián y ninguna patria, su legataria universal.
Éste fue el destino póstumo de Panait Istrati, autor de Kyra Kyralina (1923), de El tío Anghel (1924) y de Los cardos del Baragán (1928). Nacido en Rumanía, cerca del delta del Danubio, el 10 de agosto de 1884, este europeo errante, hijo de una lavandera rumana y de un contrabandista griego, escribió lo más esencial de su obra (...)