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Misión incumplida en África Occidental

por Dominique Kerouedan, julio de 2013

Pensado en el periodo apenas posterior a la Segunda Guerra Mundial como una consecuencia inevitable del crecimiento económico, el paradigma del desarrollo se volvió menos ambicioso cuando la crisis económica golpeó África en los años 1980 y las instituciones multilaterales crearon las iniciativas supuestamente paliativas que serían conocidas como “estrategias de reducción de la pobreza”. El Banco Mundial publicó su primer informe anual sobre el desarrollo en el mundo en 1978, cuyo tema era: “Acelerar el crecimiento, reducir la pobreza”. Intentando responder a la situación sanitaria, la arquitectura de ayuda para el desarrollo se modificó en el transcurso de las tres décadas siguientes. A los actores clásicos de la ayuda bilateral y de las organizaciones no gubernamentales, que secundan a la Organización Mundial de la Salud (OMS), se le sumaron nuevos integrantes.

Severamente criticado por los estragos que causaron sus políticas de ajuste estructural, el Banco Mundial decidió entonces “invertir en salud” (título de su informe sobre el desarrollo en el mundo en 1993). “Porque un individuo en buen estado de salud es económicamente más productivo, y la tasa de crecimiento del país gana con eso –se lee en el informe–, la inversión en salud siendo un medio, entre otros, para acelerar el desarrollo”. Por primera vez, la OMS se vio obligada a compartir sus prerrogativas sobre salud y desarrollo.

Por su parte, la Comisión Europea también invirtió en el desarrollo de los Estados de África, del Caribe y del Pacífico (ACP). A partir de 1950, Francia jugó un rol determinante a favor de la creación del Fondo Europeo de Desarrollo (FED): “Europa va a poder, con medios acrecentados, continuar la realización de una de sus principales tareas: el desarrollo del continente africano”, escribió Robert Schuman (1). A petición de los países más afectados por el sida, la salud se volvió un eje del FED. El Consejo Europeo emitió en 1994 una primera resolución sobre la “cooperación con los países en vías de desarrollo en el campo de la salud”, presentada como un “elemento motor del desarrollo”.

Es también en los años 1990 cuando explotó la pandemia de sida en el África austral, mientras se preparaba la “gobernanza mundial” de la lucha contra la enfermedad en el seno del sistema de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La tutela del programa mundial de la lucha contra el sida pasó de la OMS al programa conjunto Onusida, instituido en 1996. El programa reunía al Banco Mundial y a una decena de agencias de la ONU, entre las que se contaban la OMS, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y para la población (Unfpa). Con el mismo espíritu se crearon sociedades mundiales de lucha contra la malaria (Roll Back Malaria) y la tuberculosis (Stop TB Partnership).

A lo largo de la década 2000-2010, el paisaje institucional de la salud continuó transformándose, sobre todo con la elaboración de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Paralelamente surgieron iniciativas mundiales que asociaban al sector privado industrial y comercial –incluidos los fabricantes de vacunas y medicamentos–: la Alianza Mundial para la Vacunación y la Inmunización (GAVI, 2000) y el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria (2002), sólo por citar a los más importantes. La intención era mover dinero, ponerlo a disposición de países elegibles y medir los resultados: “Raise it, spend it, prove it” era la divisa del Fondo Mundial. A partir de 2006, el sector de la salud se volvió el “laboratorio de los financiamientos innovadores” del desarrollo: con un impuesto recaudado de la compra de pasajes de avión, Unitaid financiaba la compra de medicamentos contra el sida, la tuberculosis y la malaria. La comunidad internacional procedió a la compra de vacunas. Tres concertaciones políticas de alto nivel para mejorar la eficacia de la ayuda, y sobre todo para armonizar los mecanismos de financiamiento de los prestamistas, tuvieron lugar en París en 2005, en Accra en 2008 y en Busan en 2011.

A pesar de esos esfuerzos, los resultados en el continente negro son desiguales. Si la situación sanitaria mejoró en África del este y en el África austral, en el África francófona del oeste y del centro se registran los resultados menos satisfactorios. El informe conjunto de Onusida y de la Organización Internacional de la Francofonía (OIF) presentado en Kinshasa en octubre de 2012 muestra que el 36% de las mujeres embarazadas seropositivas de la zona OIF acceden al tratamiento antirretroviral para prevenir la transmisión del virus del sida al bebé, frente al 62% fuera de esa zona. Del mismo modo, el 43% de los pacientes con sida, elegibles para el tratamiento antirretroviral, se benefician del mismo en los países francófonos, frente a cerca del 60% fuera de dicha zona. Según el informe de la OMS sobre el sida en África en 2011, sólo un cuarto de los enfermos elegibles para los medicamentos antirretrovirales en África Occidental y Central los reciben efectivamente, y esto diecisiete años después de la conferencia de Vancouver en la que se certificó su eficacia. El informe de realización de los ODM señala que la mortalidad por tuberculosis está disminuyendo, “salvo en el África Occidental”, donde aumentó entre 2007 y 2008. En lo que a la malaria respecta, el informe destaca que dieciséis países tienen una tasa de más de cien muertes por cada cien mil habitantes en 2008, “casi todos en el África Occidental”.

La comunidad internacional admite sin problemas que el objetivo de reducción de la mortalidad de las mujeres embarazadas y de las parturientas (ODM 5) recibió poca atención política y financiera hasta la cumbre del G8 de Muskoka, en 2010, durante la cual el Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, presentó una “estrategia mundial para la salud de la mujer y del niño”. Las complicaciones de los embarazos precoces explican en parte los retrasos en la realización de los ODM en la salud. Cuando matan, matan dos veces: a la adolescente y a su bebé. Por otro lado, es la primera causa de mortalidad en adolescentes. Según un estudio realizado por el Overseas Development Institute de Londres, los embarazos precoces afectan cada año a dieciocho millones de chicas de menos de 20 años, de las cuales dos millones tienen menos de 15 años. Según el informe de realización de los ODM de 2012, “no se registró ningún progreso en este campo durante los últimos veinte años (1990-2010)”. El 90% de los embarazos adolescentes se da en chicas casadas; y ese es el motivo por el cual la oferta de servicios de salud tiene relativamente poco impacto sobre este fenómeno. Por el contrario, el prolongamiento de la escolarización de las chicas retrasa el matrimonio: diez años de escuela como promedio aplazan alrededor de seis años la edad de matrimonio.

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(1) “Una Europa para la paz”, declaración de Robert Schuman, ex ministro francés de Relaciones Exteriores, el 9 de mayo de 1950. http://europa.eu/about-eu/basic-information/symbols/europe-day/schuman-declaration/index_es.htm

Dominique Kerouedan

Profesora en el Collège de France, titular de la cátedra “Savoirs contre pauvreté” (2012-2013). Autora del libro Géopolitique de la santé mondiale, Fayard, París, 2013. Es también la editora del libro Santé internationale: les enjeux de santé au Sud, Presses de Sciences Po, París, 2011.