Desempleado durante más de un año, Claude, un electricista de 50 años, solicitó seguir lo que en Suiza habitualmente se llama una “medida activa”. Su consejero en empleo lo asignó a un “programa de trabajo temporal” en una universidad. Contento de poder ejercer sus competencias, empezó por afirmar que el prestigio de la institución compensaba la ausencia de salario por la labor realizada. Pero el aura no resistió mucho tiempo al sentimiento de explotación y a la impresión de que sus “colegas” le reservaban el “trabajo sucio”: “Me sentiría más valorado si recibiera un salario. Mientras estoy aquí, igual me siguen pagando el seguro de desempleo, ¡y sin embargo, para el patrón que me emplea soy un obrero, una fuerza suplementaria de trabajo!”.
Daniela llegó a Suiza a los 10 años. Tras haber terminado la escuela obligatoria sin obtener un certificado, trabajó varios años en una fábrica. Cuando ésta cerró sus (...)