El Padrino, pequeño, fornido y con la cara oculta bajo una máscara dorada, ocupa el lugar de honor de la capilla dedicada a la Santa Muerte, diosa sincrética que vela por los marginados y que ha sido adoptada por los cárteles. Observa a los hombres que montan en la esplanada el armazón de un gran cuadrilátero de hierro. Bajo el cielo oscuro, la estructura, que delimita un ring, se integra perfectamente en el paisaje de hormigón de los bloques de viviendas de Apatlaco, un barrio popular situado en el corazón de Iztapalapa, la delegación con mayor pobreza y desocupación de Ciudad de México. Para el Día de Muertos, el ex luchador ofrece en su barrio un combate de lucha libre.
Después de un breve discurso de El Padrino, que alaba el orgullo de Apatlaco y honra a la santa patrona de los parias, los luchadores enmascarados entran en la pista haciendo (...)