En sus inicios, la “primavera árabe” hizo volar en pedazos los prejuicios occidentales. Desacreditó los clichés orientalistas acerca de la incapacidad congénita de los árabes para concebir un sistema democrático y puso en duda la creencia según la cual no se merecían nada mejor que ser gobernados por déspotas. Tres años más tarde, la primavera se ha oscurecido, y siguen intactas las incertidumbres respecto a la salida de ese proceso, que entra en su cuarta fase.
La primera etapa, concluida en 2011, vio estallar una ola gigantesca de reivindicaciones concernientes a la dignidad y a la ciudadanía, alimentada por protestas masivas y espontáneas. La etapa siguiente, en 2012, fue la del repliegue de las luchas a su contexto local y su ajuste a la herencia histórica de cada país. Simultáneamente, fuerzas externas empezaron a reorientar estos conflictos en direcciones más peligrosas, llevando a los pueblos a la situación en la que (...)