Rupak avanza entre los coches y los camiones en su pequeña motocicleta india. El tráfico no le permite el placer de admirar a lo lejos la subida de la luna sobre las altas cumbres nevadas de Langtang, en un cielo lavado por el monzón. Sobre el estrecho ring road (ruta periférica) de Katmandú, hay que estar atento para evitar los vehículos en sentido contrario, los baches, los peatones, los ciclistas… o las vacas. Rupak se encuentra con su amigo Ajay para tomar un té y fumar unos cigarrillos. Entre dos conversaciones por teléfonos móviles, estos dos militantes de las juventudes maoístas describen sus sueños. Tienen 20 años, quieren vivir en el siglo XXI y piensan que el comunismo puede salvar el mundo.
“En el contexto de nuestro país –explica Ajay–, la guerra civil era necesaria. La ganamos. Pero seguimos sin tener independencia, ni confianza. Pensamos que el comunismo no ha fracasado, (...)