Para obtener algunas migajas más de la tarta que representa este país –cinco veces más grande que Francia y dueño de un subsuelo muy rico–, miles de trabajadores del petróleo (nieftianiki) del oeste de Kazajistán lanzaron, en mayo de 2011, el movimiento de huelga más importante desde la independencia, en 1991. Siete meses después, el 16 de diciembre, en la pequeña ciudad de Janaozen, la policía disparó sin intimación previa a una muchedumbre exasperada. Balance oficial: diecisiete muertos, todos civiles; según fuentes locales, unos cuarenta.
Durante toda la huelga, a pesar de las presiones y los 2.500 despidos arbitrarios, los nieftianiki fueron pacíficos. Habían querido una huelga “seca” (sin alcohol) y limpia; todas las tardes barrían la plaza central de Janaozen, donde venían celebrando sus asambleas desde el verano. Ahora, el poder kazajo empezó las negociaciones sobre la cuestión de los despidos y las reivindicaciones salariales, mientras la sangre vertida calmaba (...)