En estos días, la prensa celebra el cincuentenario de la novela Rayuela, justo pretexto para recordar que los padres de Julio Cortázar, el autor, argentinos de cepa vasca, ejercían de diplomáticos en Bruselas. En Bélgica nació y vivió ‘Julito’ hasta los nueve años, y allí soportó la escuela primaria, lo que explica su dificultad para pronunciar las erres castellanas, como le sucedía a Alejo Carpentier. Se decía que estos dos escritores no se entendían porque pensaban que, por sus acentos recíprocos, el uno se burlaba del otro. De vuelta la familia a Buenos Aires, Julio permaneció más de treinta años en su seno, para establecerse luego en París a partir de 1951. A esta presentación sucinta, Cortázar añadía: “Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia. Fui engendrado bajo un bombardeo alemán; tal vez por eso saliera una de las personas más pacíficas del planeta”.
Pacífica sin duda, y (...)