La centralidad del laberinto y su permanencia a lo largo de la historia nos permite pensar que esa figura expresa la condición humana de seres abocados a un destino incierto, sin horizonte claro, sino marcado por los enigmas y por aquel espacio que el mito dibuja como camino tortuoso hacia la verdad. Se podría decir incluso que la figura del laberinto funda, como ningún otro relato mítico, la verdad de la experiencia humana. Mejor aún, el laberinto podría ser la figura que marca el inicio de la historia humana. Su final es narrado por otra figura opuesta: la del naufragio. La historia se inicia en el centro del laberinto desde el que partirá el largo viaje de Ariadna.
Jorge Luis Borges interpreta la permanencia del laberinto en la cultura occidental a partir de la pérdida de transparencia o de lo que él llama “la opacidad del mundo”, esa dificultad para explicar o entender (...)