Tel Aviv no ha cambiado. Sale, trabaja, se divierte con frenesí, es extravertida, siempre en actividad, lanzada hacia un presente perpetuo. El verano es su estación y los cuatro años de Intifada no parecen haberla afectado; incluso podría creerse que su sombra estimuló su apetito, su energía, la vibración un poco excesiva que la anima día y noche. Se mueve sin descanso, se desborda en su larga playa, en los restaurantes, los cafés y los hoteles frente al mar. Los religiosos se mezclan con las chicas que muestran el ombligo, con los yemeníes, los falachas, las prostitutas y las familias numerosas.
En Tel Aviv se oye hablar hebreo, ruso, francés, inglés; todos los idiomas salvo el árabe. Cuando lo hablo, la gente se pone tensa a mi alrededor, es una sensación casi deliciosa. Vuelvo a encontrar la luz de Beirut, su particular aire marino, sal en la piel, una feliz inmersión (...)