Cualquier europeo que haya vivido durante el siglo XX y haya sido un apasionado de la pintura ha tenido que aceptar el logro, el misterio, el fracaso y el triunfo del trabajo de Paul Cézanne a lo largo de su vida. Murió seis años después de que comenzara el siglo, a la edad de sesenta y siete. Fue un profeta, aunque, como muchos profetas, eso no fue lo que se propuso ser.
Para mí, después de una amistad de toda una vida con él, la actual exposición en el Palacio de Luxemburgo de París constituye una revelación.
Me olvidé del impresionismo, del cubismo, de la historia del arte del siglo XX, del modernismo, del postmodernismo y solamente vi la historia de la pasión de Cézanne, de su relación con lo visible. Y lo vi como un diagrama, uno de esos diagramas que encuentras en un folleto de instrucciones sobre cómo utilizar un (...)