Por experiencia se sabe que podemos mirar cómo Laurel lanza tartas a la cara de Hardy (o a la inversa) muchísimas veces y pedir que lo repitan sin cansarnos nunca, pero, ¿y las cumbres europeas?... Por un lamentable error de apreciación, aunque con la sin duda loable intención de combatir la morosidad, la Unión Europea (a la cual podría agregársele el G-20), parece haber considerado que la cómica repetición era un arma posible contra la crisis. Apenas se vislumbra otra hipótesis a la altura de la asombrosa recurrencia a la payasada, convertida en la única línea firme y clara de gobernantes europeos, totalmente pasmados.
En su descargo hay que reconocer que, en el corsé de las obligaciones presentes (monumental choque “recesionista” post-crisis financiera, permanente supervisión de las políticas económicas por los mercados de capitales, independencia y pusilanimidad del Banco Central Europeo, ortodoxas obsesiones alemanas, falta de soberanía unitaria), en rigor la (...)