Es el día de los niños en la clínica de VIH de Site B, un barrio de Khayelitsha, el gran gueto negro situado en las afueras de Ciudad del Cabo. En este miércoles de finales de octubre, unos quince niños han venido junto con un progenitor o, en el caso de los huérfanos, con la abuela o el tío que los ha acogido. La enfermera los pesa, comprueba que ninguno tosa y les distribuye un mes de medicamentos antirretrovirales (ARV).
Algunos de estos niños tienen ocho, nueve, diez años, o incluso más. Al acercarse a la adolescencia, llega el momento de explicarles para qué sirven estas pastillas que ingieren a diario. Un grupo de niños más mayores se reúne en una casa prefabricada; una asesora lleva a los adultos aparte y “les da instrumentos para exponer convenientemente a los niños su situación e inducirles a que ellos mismos se responsabilicen de (...)