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A debate: Patrimonios saqueados

¿Hay que dovolver los botines de las guerras coloniales?

Del museo de Tervuren en Bélgica al museo de arte africano de Washington, pasando por el museo del Quai Branly en París y el museo Pérgamo en Berlín, los países del Norte poseen innumerables obras artísticas y objetos artesanales procedentes de los Estados del sur, sobre todo del continente negro. Estos tesoros culturales y científicos amasados a lo largo de los siglos son más numerosos en Occidente que en las sociedades de donde provienen.

El dominio colonial (Portugal, Reino Unido, Holanda, Bélgica, Francia, Alemania) se vio en efecto acompañado del saqueo practicado tanto por actores privados como públicos. Interesados ante todo por el oro africano, los europeos se fijan rápidamente en la artesanía y las obras artísticas; los comerciantes que llegaban en busca de especias y esclavos, fijan su atención en los objetos esculpidos en marfil; los exploradores, a quienes las empresas les pagan para localizar los yacimientos de materias primas, se ponen a coleccionar curiosidades, de moda en el siglo XIX; los militares se apoderan de toda clase de botines de guerra; los misioneros que exigen la destrucción de los objetos paganos a veces los acaparan; los administradores coloniales envían multitud de obras a las metrópolis...

Las poblaciones locales se ven coaccionadas, o bien no imaginan las consecuencias de lo que va a convertirse en un amplio saqueo cultural. Si el valor artístico de multitud de objetos suscita interés (como subrayan Picasso o Jean Paul Sartre), el exilio es alimentado sobre todo por el atractivo científico. Ambivalente, el saber acumulado por los sabios, a menudo apasionados, también suministró armas a la dominación. Los museos son la vitrina promocional del imperialismo.

La amplitud de las colecciones propiedad de los países del Norte, así como su vínculo con el dominio colonial, suscitan un debate sobre su eventual restitución. Las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Africana reconocen así “la importancia capital” del retorno de los objetos a las sociedades saqueadas. La repatriación de determinadas obras es expresamente reclamada por Estados o asociaciones, en Benín y Nigeria, pero también en México y China.

Las reclamaciones legítimas de los países afectados suscitan sin embargo algunos interrogantes. ¿Qué hay que reclamar? ¿Todo o sólo parte de los objetos? Parece necesario un inventario pero también una reflexión sobre la “globalización cultural”. Aun reconociendo la legitimidad de las demandas, los directores de los grandes museos occidentales señalan el papel que representan sus instituciones en la promoción del patrimonio cultural de los países del Sur como asimismo en la distribución mundial de los saberes. Toman el ejemplo del arte griego cuya influencia se debe en gran parte a las políticas de los Estados occidentales. Dan a entender que es la lucha contra el tráfico actual de los objetos la que debiera concentrar la atención (http://icom.museum/pdf/F_news2004/p4_2004-1.pdf). La renuncia a determinadas obras constituiría además un importante lucro cesante para algunos museos.

Otra pregunta: ¿A quién habría que devolver los objetos? Sus propietarios ya no son identificables y los Estados en cuestión, a menudo pobres, no disponen de recursos para el mantenimiento y exhibición de las colecciones. Últimamente varios museos africanos fueron asaltados, sobre todo en Nigeria, y desaparecieron piezas raras que seguramente se encontrarán en el floreciente mercado mundial de arte africano. Hay quienes se inquietan ante el regalo que significaría la restitución para algunas elites africanas corrompidas... A modo de respuesta, Bourema Diamitani, director del Progama de Museos de África occidental, sugiere una cooperación entre los museos del Norte y del Sur con un padrinazgo internacional (www.codesria.org/Links/conferences/accra/Dianitani.pdf). Investigador y comisario de exposiciones, Bernard Muller responde a las objeciones presentadas para demorar o negar la devolución de las obras a sus países de origen.

por Bernard Müller, julio de 2007

Durante su primer año de existencia, el Museo del Quai Branly, –o Museo de Artes y Civilizaciones No Occidentales de África, Asia, Oceanía y las Américas– tuvo verdadero éxito: 1,7 millones de visitantes y cientos de investigadores ya lo han visitado. El 20 de junio de 2006, los festejos en torno a su inauguración marcaron la apoteosis de un proceso que, en diversas medidas, afecta a la casi totalidad de los museos “de arte y civilizaciones no occidentales” de las ex potencias coloniales. La fiesta fue hermosa y las intenciones loables, y había que pellizcarse para no sucumbir a la tentación de creer en la idea de que Francia renovaba su rol de mensajera universal de la paz, a la altura de los principios humanistas de los que con tanta frecuencia se vanagloria.

De hecho, el pasado resurge en la actualidad de manera sorprendente: mientras numerosas asociaciones y movimientos militantes vuelven (...)

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