Acabamos de abandonar la ciudad de Gori y su inmenso museo erigido en honor a Joseph Stalin, oriundo del país, y ya tenemos que hacer una parada ante una garita vigilada por dos policías georgianos. “¡Ni se os ocurra hablar!”, nos susurra nuestra guía Natia Jalabaze, antropóloga de la Universidad de Tiflis. “Voy a decirles que sois parientes míos”. Entrega su documento de identidad; el funcionario lo examina y nos hace señas para pasar. “Los soldados rusos están a tres kilómetros de aquí, al final de esta carretera”, me explica una vez que se ha calmado la tensión. “Más allá empieza el territorio georgiano que los rusos ocuparon por la fuerza en 2008. Entramos en una zona peligrosa y la policía georgiana solo autoriza el paso a los residentes de los pueblos fronterizos. Parte de mi familia vive allí y mi patronímico es de esa zona. Por eso nos han (...)
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Proximidad cultural, tensiones geopolíticas
Georgia y la obsesión rusa
En Georgia, las elecciones municipales del 2 de octubre, bajo la égida de la Unión Europea, reordenarán dos bandos políticos que no se sientan juntos en el Parlamento desde hace un año y que se acusan mutuamente de seguirle el juego a Moscú. Mientras que la cuestión rusa domina la escena política, la sociedad georgiana mantiene una relación más ambivalente con su vecino del Norte.
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