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Las inesperadas consecuencias de una sequía en China

En los orígenes climáticos de los conflictos

Los dirigentes del planeta no pueden seguir negando los efectos de la actividad humana sobre el clima. Van a reunirse a finales de año en París para la XXI Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21). No obstante, no parece que sean conscientes de la magnitud del problema y los accidentes climáticos se multiplican. Las malas cosechas en China, por ejemplo, podrían haber provocado las “primaveras árabes”.

por Agnès Sinaï, agosto de 2015

Entre 2006 y 2011, Siria conoció la sequía más larga y la pérdida de cosechas más importante jamás registrada desde las primeras civilizaciones del “Creciente Fértil”. En total, cerca de un millón y medio de habitantes de los veintidós millones con que contaba entonces el país se vieron afectados por la desertificación (1), lo que provocó migraciones masivas de agricultores, ganaderos y de sus familias hacia las ciudades (2). Este éxodo intensificó las tensiones provocadas por la afluencia de refugiados iraquíes tras la invasión estadounidense de 2003. Durante décadas, el régimen baasista de Damasco descuidó las riquezas naturales del país, subvencionó el cultivo de trigo y de algodón, que requerían mucha agua, y promovió técnicas de riego ineficaces. El proceso fue reforzado por el pastoreo intensivo y por el crecimiento demográfico. Los recursos hídricos cayeron a la mitad entre 2002 y 2008.

El derrumbe del sistema agrícola sirio es el resultado de un complejo juego de factores entre los que se encuentran el cambio climático, una mala administración de los recursos naturales y la dinámica demográfica. Esta “combinación de cambios económicos, sociales, climáticos y medioambientales erosionó el contrato social entre los ciudadanos y el Gobierno, catalizó los movimientos de oposición y degradó irreversiblemente la legitimidad del poder de Assad”, consideran Francesco Femia y Caitlin Werrell, del Centro para el Clima y la Seguridad (3). A su juicio, el surgimiento de la Organización del Estado Islámico (OEI) y su expansión por Siria y por Irak son, en parte, consecuencia de la sequía. Y dicha sequía no resulta solamente de la variabilidad natural del clima, sino que se trata de una anomalía: “El cambio del régimen de precipitaciones en Siria está relacionado con el ascenso medio del nivel del mar en el este del Mediterráneo, a lo que se une la caída de la humedad del suelo. No aparece ninguna causa natural en estas tendencias, mientras que la sequía y el calentamiento global corroboran los modelos de respuesta frente al aumento de los gases de efecto invernadero”, considera la revista de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense (4).

En el este de China, la ausencia de precipitaciones y las tormentas de arena durante el invierno de 2010-2011 hicieron que el Gobierno de Wen Jiabao lanzara cohetes con la esperanza de desencadenar lluvias, lo que conllevó un aluvión de repercusiones fuera de las fronteras del país. La pérdida de las cosechas, en efecto, obligó a Pekín a comprar trigo en el mercado internacional. El aumento desorbitado de la cotización mundial que resultó de ello alimentó el descontento popular en Egipto, primer importador mundial de trigo, donde las familias destinan normalmente más de un tercio de sus ingresos a la alimentación. La duplicación del precio de la tonelada de trigo, que pasó de 157 dólares en junio de 2010 a 326 dólares en febrero de 2011, fue padecida fuertemente en este país que depende en gran medida de las importaciones. El precio del pan se triplicó, lo que alimentó el descontento popular contra el régimen autoritario del presidente Hosni Mubarak.

En el mismo periodo, las cosechas de trigo, de soja y de maíz del hemisferio Sur se vieron afectadas por La Niña, un severo acontecimiento climático que desencadenó sequías en Argentina y lluvias torrenciales en Australia. En un artículo publicado en la revista Nature, Solomon Hsiang, Kyle Meng y Mark Cane establecen una correlación entre las guerras civiles y el fenómeno El Niño Southern Oscillation (ENSO), el cual provoca una acumulación de aguas cálidas a lo largo de las costas de Ecuador y Perú cada periodo que varía de tres a siete años, así como una inversión de los vientos alisios del Pacífico, asociados a importantes perturbaciones a escala mundial (5). Para Hsiang y sus colegas, la probabilidad de conflictos civiles se duplica durante el fenómeno ENSO. Es la primera demostración del hecho de que la estabilidad de las sociedades modernas depende en gran medida del clima global.

El cambio climático se ha convertido en un “multiplicador de amenazas” y modifica el curso de las relaciones internacionales. La hard security heredada de la Guerra Fría es reemplazada por la natural security, concepto forjado por los militares estadounidenses reunidos en el Center for a New American Security. Este think tank fue creado en 2007 para oponerse al escepticismo climático de los neoconservadores y para identificar las amenazas globales emergentes.

Las fuentes ambientales de inseguridad ya no pueden reducirse a elementos meramente exógenos y naturales como las erupciones volcánicas, los tsunamis o los terremotos. Las actividades humanas, la aceleración de los ciclos productivos y su globalización colaboran en la desestabilización del clima. El neologismo “antropoceno” designa esa desmesurada huella de las sociedades industriales en el sistema terrestre.

En el Ártico, donde los polos podrían haberse fundido por completo de aquí a final de siglo y donde los efectos del calentamiento global son dos veces más intensos que en cualquier otra parte del mundo, la reivindicación de nuevas fronteras terrestres y marítimas reaviva las tensiones entre países circumpolares (6). Rusia, que explora el Ártico desde hace siglos, es la única nación que posee una flota de rompehielos nucleares. Un modelo gigante, en fase de construcción en los astilleros de San Petersburgo, será botado previsiblemente en 2017 (7). Moscú renueva también su flota de submarinos ultrasilenciosos de cuarta generación, con lanzamisiles de cabeza nuclear. Por el lado estadounidense, la apertura del Ártico es presentada como una bendición comercial frente a Asia y, a la vez, como una posibilidad de asegurarse nuevos recursos energéticos (8).

El deshielo del Ártico impone sus efectos sistémicos. La variación del vórtice polar, corriente de aire glacial del Polo Norte, explica el intenso frío que se abatió sobre Estados Unidos durante el invierno de 2013-2014. “La relación entre el Ártico y el calentamiento global es algo nuevo en la historia estratégica humana, porque transforma el punto de convergencia entre Geografía y Geofísica en esa región en un poder nuevo y extraño, de naturaleza geofísica, que llamamos el “poder medioambiental del Ártico”. Éste se ejerce a escala planetaria con consecuencias masivas”, observa el experto en estrategia militar Jean-Michel Valantin (9).

Sin embargo, el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, siglas en inglés) subraya que no hay una teoría estabilizada que permita afirmar el desencadenamiento de conflictos armados en el Polo Norte. El deshielo permitirá confirmar o no la solidez de las instituciones de cooperación transfronteriza circumpolares, como el Consejo Ártico. Las causalidades resultan complejas, inestables y evolutivas; los efectos del calentamiento global pesan más o menos sobre las sociedades en función de la resiliencia de los sistemas políticos, económicos y sociales establecidos (10).

En su libro Climate Wars, el periodista Gwynne Dyer describe un mundo donde el calentamiento global se acelera y donde los refugiados, hambrientos por la sequía y expulsados de sus tierras por el aumento del nivel de los océanos, intentan llegar al hemisferio Norte, mientras que los últimos países autosuficientes en el ámbito alimentario, aquellos de las latitudes más altas, deben defenderse, incluso con armas nucleares, de vecinos cada vez más agresivos: los de Europa del Sur y los de las orillas del Mediterráneo, transformadas en desiertos (11).

Frente a lo que algunos científicos llaman una “perturbación climática de origen humano” (anthropogenic climate disruption), la Geoingeniería, es decir, la intervención deliberada para contrarrestar el calentamiento del planeta, intenta tomar el control del clima. Ésta consiste en un conjunto de técnicas que tienen como objetivo eliminar una parte de los excedentes de carbono de la atmósfera (carbon dioxyde removal) y regular las radiaciones solares (solar radiation management), a riesgo de una desestabilización mayor de las sociedades y de los ecosistemas. La pulverización de azufre, por ejemplo, supone extender una capa lo suficientemente espesa por la atmósfera como para que tenga un efecto óptico de impedimento de la radiación solar y, de ese modo, refresque el planeta.

No obstante, la observación de las erupciones volcánicas conduce a los climatólogos a alegar que, si las partículas de azufre ayudan a enfriar la atmósfera, también inducen sequías regionales y, adicionalmente, pueden hacer que la producción de energía de los paneles solares se reduzca, lo que conllevaría la degradación de la capa de ozono y el debilitamiento del ciclo hidrogeológico global. “Además, sin acuerdos internacionales que definan cómo y en qué proporciones utilizar la Geoingeniería, las técnicas de administración de la radiación solar presentan un riesgo geopolítico. Como el coste de esta tecnología se cifra en decenas de miles de millones de dólares al año, podría ser asumido por actores no estatales o por pequeños Estados que actúen por su cuenta, contribuyendo así a la emergencia de conflictos globales o regionales”, advierte el último informe del IPCC.

El cambio climático no solamente da motivos adicionales de conflictos violentos, sino también nuevas formas de guerras, recalca por su parte el psicosociólogo Harald Welzer. La extrema violencia de estos conflictos excede el marco de las teorías clásicas e “instaura espacios de acción para los cuales las experiencias vividas en el mundo muy apacible del hemisferio norte desde la Segunda Guerra Mundial no proveen ningún marco referencial” (12). Combates asimétricos entre poblaciones y señores de la guerra al servicio de grandes grupos privados se entremezclan en los mercados de la violencia, amplificados por el calentamiento global. El caos de Darfur, en Sudán, que perdura desde 1987, es emblemático en esta dinámica autodestructiva agravada por la fragilidad de los Estados. En el norte de Nigeria, la degradación de las tierras ha perturbado los modos de vida agrícolas y de pastoreo y ha interferido en las rutas migratorias. Varios centenares de pueblos han sido abandonados y las migraciones resultantes han contribuido en la desestabilización de la región, facilitando el trabajo al movimiento islamista Boko Haram.

El último informe del IPCC define la noción de “riesgo compuesto” (compound risk), que designa la convergencia de impactos múltiples en un área geográfica concreta: “Puesto que la temperatura media del globo terráqueo puede aumentar de 2 a 4º C con respecto a las temperaturas del año 2000 de aquí a 2050, en el futuro hay una posibilidad –siendo iguales las demás cosas– para que haya grandes modificaciones en los esquemas de violencia interpersonal, de conflictos de grupo y de inestabilidad social”.

El investigador Marshall B. Burke, de la Universidad de Berkeley (California), y sus colegas anticipan un aumento de los conflictos armados de un 54% de aquí a 2030. Su estudio propone la primera evaluación de conjunto de los impactos potenciales del cambio climático en las guerras en el África subsahariana. Dicho estudio pone de manifiesto el vínculo entre guerra civil, aumento de las temperaturas y descenso de las precipitaciones extrapolando las proyecciones medianas de emisiones de gas de efecto invernadero del IPCC para dichas regiones entre 2020 y 2039 (13).

La afluencia de refugiados a las puertas del islote de prosperidad que es Europa podría proseguir y acentuarse en el curso del siglo XXI. “En la actualidad hay, como mínimo, la misma cantidad de personas desplazadas en todo el mundo como consecuencia de degradaciones del medio ambiente que de personas desplazadas por guerras y por actos de violencia”, estima el politólogo François Gemenne (14). Estos migrantes huyen de las guerras que tienen lugar lejos de Occidente, el cual, a pesar de su responsabilidad histórica en el calentamiento global, se resite a reconocerles un estatuto: “Rechazar el término de ‘refugiado climático’ equivale entonces a rechazar el hecho de que el cambio climático sea una forma de persecución hacia los más vulnerables”. Éstas son las víctimas de un proceso de transformación de la Tierra que los supera.

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(1) “Syria: Drought driving farmers to the cities”, IRIN News, 2 de septiembre de 2009, www.irinnews.org

(2) Gary Nabhan, “Drought drives Middle Eastern pepper farmers out of business, threatens prized heirloom chilies”, Grist.org, 16 de enero de 2010.

(3) “The Arab Spring and climate change”, The Center for Climate and Security, Washington D.C., febrero de 2013.

(4) Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS), vol. 112, n° 11, Washington D.C., 17 de marzo de 2015.

(5) Solomon M. Hsiang, Kyle C. Meng y Mark A. Cane, “Civil conflicts are associated with the global climate”, Nature, n° 476 (7361), Londres, 25 de agosto de 2011.

(6) Véase Gilles Lapouge, “Fascinación por los Polos”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2011.

(7) “Russia lays down world’s largest icebreaker”, Russia Today, 5 de noviembre de 2013, www.rt.com

(8) “National strategy for the Arctic region”, La Casa Blanca, Washington D.C., 10 de mayo de 2013, www.whitehouse.gov

(9) Jean-Michel Valantin, “The warming Arctic, a hyper strategic analysis”, The Red (Team) Analysis Society, 20 de enero de 2014.

(10) Intergovernmental Panel on Climate Change, Climate Change 2014: Impacts, Adaptation, and Vulnerability, Cambridge University Press, Cambridge y Nueva York, 2014.

(11) Gwynne Dyer, Guerras climáticas. La lucha por sobrevivir en un mundo que se calienta, trad. de Martín Bragado Arias, Librooks, Barcelona, 2014.

(12) Harald Welzer, Les Guerres du climat. Comment on tue au XXIe siècle, Gallimard, París, 2009.

(13) Marshall B. Burke, Edward Miguel, Shanker Satyanath, John A. Dykema y David B. Lobell, “Warming increases the risk of civil war in Africa”, PNAS, vol. 106, nº 49, 23 de noviembre de 2009.

(14) Naomi Klein, Susan George y Desmond Tutu (bajo la dir. de), Stop crime climatique. L’appel de la société civile pour sortir de l’âge des fossiles, de próxima publicación por Seuil, París, 27 de agosto de 2015.

Agnès Sinaï

Periodista especializada en cuestiones medioambientales. Directora de la obra Economie de l’après-croissance. Politiques de l’anthropocène II, Presses de Sciences Po, París, 2015.