Es bien sabido que en la cultura árabe, como en muchas otras, la mujer encarna el sexo débil, el otro sexo, el sexo desigual, el sexo que no hereda nada –ni siquiera su apellido–, el sexo que puede aportar descendencia o deshonor. Mi nacimiento significó para mi familia una decepción que llegó a las lágrimas. Yo era una niña, la quinta de la familia, o sea el quinto desengaño y, para mi madre, la quinta derrota. En comparación con la esposa de mi tío, que había dado a luz triunfalmente a diez inestimables varones, era considerada una mujer maldita. Aunque era más bella, más inteligente y más digna que mi tía (y que las otras mujeres de la familia), todos la consideraban la menos fecunda, la que no podía dar buenos frutos.
Yo heredé sus prejuicios y sus teorías. Desde la infancia, no dejo de escuchar cómo se califica a las (...)