Es un momento de comunión mundialmente famoso. Antes de cada partido en casa del Liverpool Football Club (LFC), los hinchas, y especialmente los de “The Kop”, la tribuna donde se reúnen los más fervorosos, entonan el himno You’ll Never Walk Alone (“Nunca caminarás solo”), símbolo de entrega total a un equipo que está entre los gigantes del Reino Unido y Europa. En estos tiempos de omnipotencia del vil metal y de fútbol globalizado, el LFC, propiedad del conglomerado estadounidense Fenway Sports Group (FSG), pretende encarnar la singularidad de una ciudad frente al resto de Inglaterra. Asimismo, lleva por bandera la síntesis entre objetivos financieros y pasión de los fans, merced a su adhesión a principios “socialistas”.
Ganador de la Champions en 2019 y de la Premier League en junio de 2020 –llevaba treinta años sin conseguirlo–, el club tiene un referente: Bill Shankly, su ilustre exentrenador (entre 1959 y 1974), con estatua propia a la entrada del estadio de Anfield (1). Conocido por su famosa declaración (“El fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es mucho más que eso”), Shankly expuso a sus jugadores su forma de ver las cosas: “Que todos peleen por el mismo objetivo y que todos compartan el éxito cuando este se logre: es el socialismo en el que creo. Así es como concibo el fútbol y la vida”. Transcurridos casi cincuenta años, el presidente ejecutivo del club, Peter Moore, transmitía el mismo mensaje en las columnas del diario El País: “El éxito del Liverpool se basa en el socialismo” (2). ¿Realidad u oportunismo por parte del representante del FSG, tercer grupo mundial de empresas deportivas según Forbes, un conglomerado que genera un volumen de negocio de 6.600 millones de dólares (de los cuales 2.200 millones provienen del LFC)? Otro tanto cabe preguntarse respecto a su entrenador, el alemán Jürgen Klopp, cuyo salario anual alcanza los 11,3 millones de euros y que afirma compartir valores “de izquierdas”, asegurando que “nunca votará a la derecha”.
Para entender la singularidad del Liverpool, hay que sondear “el corazón scouse que late en las noches de partidos de Champions”, como nos explica Joe Blott, líder del Spirit of Shankly, el grupo de hinchas más importante. La historia de Liverpool es tumultuosa. Durante dos siglos, la ciudad se enriqueció con la esclavitud (“Es lamentable, pero lo reconocemos”, afirma Blott); la vitalidad de su puerto hizo que prosperara. El scouse es un enjundioso estofado (patatas, ternera y zanahorias cocidas a fuego lento), descendiente del lapskaus noruego, que trajeron los marinos escandinavos a finales del siglo XVIII. De ahí que sus colegas locales adoptaran luego el apodo de scousers, sentando así las bases de la identidad local. Según Peter Millward, sociólogo que vive en la ciudad donde nacieron los Beatles, “Liverpool está a medio camino entre la cultura insular británica y las múltiples influencias nacidas de sus movimientos de población. La ciudad se ha vuelto cosmopolita”. Evoca la inmigración irlandesa –que ha hecho de la ciudad un reducto católico en un país mayoritariamente protestante– pero también la galesa, la escandinava, etc. El acento scouse, que punza los oídos del neófito, nació de estas múltiples influencias.
La crisis económica de los años 1970 y 1980 fue un tremendo azote para la ciudad de Liverpool. “Un informe de 1981, hecho público 28 años después, afirmaba que el objetivo de la primera ministra Margaret Thatcher era dejar morir la ciudad”, recuerda el sociólogo (3). La desindustrialización masiva hace que se disparen el desempleo y la pobreza. Pero ahí están los Reds (el LFC), uno de los dos clubes de la ciudad junto con los Blues del Everton Football Club (EFC). “Éramos los mejores de Europa. El fútbol era el único espacio donde el Gobierno de Thatcher no podía hacernos sufrir”, recuerda el emblemático defensa James “Jamie” Carragher. El club vivió entonces el periodo más glorioso de su historia, ganando once ligas inglesas y cuatro Copas de Europa bajo el mandato de John Smith, presidente entre 1973 y 1990.
“El LFC nos salvó de la depresión”, dice el historiador Frank Carlyle en un libro del investigador y especialista de fútbol Daniel Fieldsend dedicado al club y a la ciudad (4). El libro también cita al productor y escritor Dave Kirby, quien así declamaba en 1977: “El club representa lo que somos, nuestras esperanzas, nuestros sueños. Permite que la mayoría de nosotros pasemos el fin de semana, nos olvidemos del desempleo, de la fábrica, de la mierda de cada día. Existimos por y para él y él existe por y para nosotros”. Veinte años después, el sonado gesto de un jugador también quedará grabado en la memoria colectiva. En 1997, durante una huelga de estibadores, en lucha por su supervivencia, Robbie Fowler celebra su gol 113, con tan solo 21 años, enseñando una camiseta que lleva por debajo de la del club, en la que se puede leer: “Apoyo a los quinientos estibadores de Liverpool despedidos desde septiembre de 1995”. Su acción ayudó a publicitar el conflicto y a Fowler se le sigue venerando por ese gesto.
Además de la crisis económica, una tragedia también mantiene unidos a los habitantes de la ciudad. El 15 de abril de 1989, durante la semifinal de la Copa de Inglaterra, el Liverpool se enfrenta al Nottingham Forest en el estadio de Hillsborough, en Sheffield. El partido ya ha comenzado cuando miles de espectadores que han llegado tarde entran en tromba en el estadio. Noventa y seis personas, niños entre ellas, mueren aplastadas contra las verjas o pisoteadas a causa de una avalancha. Cuatro años antes ya se había culpado al LFC por el comportamiento violento de sus hinchas en la estampida mortal del Heysel, en Bélgica, el 29 de mayo de 1985, durante la final de la Copa de Europa contra la Juventus de Turín: treinta y nueve muertos y cuatrocientos cincuenta heridos. Otra vez vuelve al banquillo de los acusados. Unos días después, el diario The Sun, bajo el titular “The Truth” (“La verdad”), se acoge a la versión de la policía y acusa a los hinchas de ser los únicos responsables de lo ocurrido. El periódico asimismo aventura tres acusaciones que a la postre resultarán falaces: “Hinchas [del Liverpool] orinaron sobre esforzados policías [que intentaban reanimar a unos heridos]”; “Hinchas robaron a las víctimas”; “Hinchas impidieron que los equipos de emergencias realizaran el boca a boca a las víctimas”.
En 2009, en la conmemoración de la tragedia de Hillsborough en Anfield, el diputado Andrew Burnham, secretario de Estado de Cultura, Medios de Comunicación y Deportes, pronuncia un discurso en nombre del Gobierno laborista de Gordon Brown. Espontáneamente, los cerca de 28.000 espectadores se ponen de pie y corean: “Justice for the ninety-six!” (“¡Justicia para los noventa y seis!”). Lanzada sobre la marcha, una investigación independiente exonerará al LFC en 2012 y pondrá de manifiesto la abrumadora responsabilidad de la policía, culpable en particular de haber mantenido cerradas las verjas, así como las mentiras difundidas por The Sun, otros medios de comunicación y los responsables políticos.
La tragedia de Hillsborough ayudará a reforzar la singularidad de una ciudad que los tories no han gobernado desde 1972. En los últimos años, han resonado en las tribunas canciones de apoyo al exlíder del Partido Laborista Jeremy Corbyn. “Ningún grupo de hinchas está detrás. Fueron espontáneas”, afirma Blott. “La injusticia nos ha moldeado. Algunos liverpulianos conciben su ciudad como un enclave independiente dentro del Reino Unido. No debemos olvidar cómo la gran huelga de estibadores de 1911 forjó nuestra unión”, rememora Ian Byrne, forofo empedernido del club y diputado por la vecina circunscripción de West-Derby desde 2019. “No somos ingleses, somos scousers” es un lema en el que inciden una y otra vez las banderas y los tifos (5) de las tribunas del estadio. “Liverpool es nuestra pequeña república”, escribe también Fieldsend.
El LFC es, por tanto, el campeón de un país a cuyos dirigentes los hinchas aborrecen, por considerarles culpables de haber obrado por el declive de la ciudad. En agosto de 2019, las tribunas de los Reds incluso pitaron el “God Save the Queen”. “Muchos aficionados quieren ver perder a la selección nacional”, afirma el profesor universitario (y forofo) Joel Rookwood.
En 2007, dos inversores estadounidenses cargados de deudas, George Gillett y Tom Hicks, compraron el club al empresario y filántropo Peter Moores, propietario de este desde 1991. En respuesta, los hinchas formaron el Spirit of Shankly. La movilización condujo a la retirada de los sospechosos propietarios y a la venta del club al Fenway Sports Group (FSG). Al igual que otros equipos, como su eterno rival, el Manchester United, o el trío londinense Chelsea, Arsenal y Tottenham, el LFC se propuso atraer al estadio todavía a más turistas extranjeros fascinados por el aura del lugar. El precio de las entradas aumenta y el público del estadio se aburguesa (6). El 6 de febrero de 2016, el Liverpool va ganando al Sunderland por dos goles a cero. En el minuto 77, cerca de diez mil aficionados dejan el estadio de forma concertada. ¿La razón? El club había subido el precio de la entrada a 77 libras (85 euros). El aumento es menos marcado que en los clubes rivales, pero los aficionados están indignados. Muchos de ellos trabajan a tiempo parcial o viven en una precariedad absoluta: semejante subida es para ellos inaceptable. A iniciativa del Spirit of Shankly, la movilización continúa y se extiende a otros clubes británicos. Consiguen que el precio de las entradas para los partidos fuera de casa se fije en 30 libras, al tiempo que en Liverpool se ponen a la venta cientos de entradas a 10 libras por cada partido en casa para los aficionados de la región.
Con todo, los seguidores del club son conscientes que el dinero es esencial para poder ganar los partidos. “Los fans quieren a los mejores jugadores. Desafortunadamente, la burbuja del fútbol es tal que las fichas de los jugadores son desorbitadas. En 2010, estuvimos cerca del descenso. Desde la llegada del FSG, lo hemos ganado todo”, admite Byrne. Por su parte, la dirección del LFC está haciendo algunas concesiones, ya que entiende que le conviene preservar el núcleo scouse, siendo los aficionados locales quienes proporcionan el excepcional ambiente de las grandes noches de fútbol. Es una excelente publicidad para vender entradas en el extranjero, con diversas prestaciones añadidas: estancia en un hotel de lujo, visita guiada por la ciudad, etc. Empresas como Virgin ofrecen un paquete de “experiencias” por 95 libras esterlinas (el equivalente a 105 euros) que incluye una visita completa al estadio de Anfield, comida en un palco, un encuentro con antiguas glorias del club, etc.
Otro tema de desavenencia se produjo en 2019: los propietarios del club planearon comercializar la marca “Liverpool” y apropiarse de los derechos de ciertos cánticos de la hinchada. La Oficina de Propiedad Intelectual, sin duda influida por la movilización hostil a esta iniciativa, le pone el veto. Joe Blott considera que el matrimonio forzoso entre el capitalismo y el “espíritu socialista” del club y su afición está destinado a perdurar: “Los propietarios del FSG siempre serán capitalistas que obtienen ganancias. Y los hinchas siempre intentarán impedírselo, o asegurarse de que lo hagan de la mejor manera posible. Los aficionados son los guardianes del templo”.
Pese a su singularidad, Liverpool no se libra de las tensiones que crispan al Reino Unido. En 2016, la ciudad votó con un 58% a favor de permanecer en la Unión Europea, pero el distrito de Anfield, uno de los diez más pobres de Inglaterra, se decantó con un 52% a favor del brexit. Además, los actos de islamofobia han ido en aumento en los últimos años en Liverpool –ciudad de 500.000 habitantes en la que 25.000 se declaran musulmanes– al igual que en el resto del país. Sin embargo, desde la llegada del prolífico delantero egipcio Mohamed Salah en 2017, esos delitos han disminuido en un 18,9% en la ciudad y en el condado de Merseyside, como lo ha demostrado un estudio publicado en 2019 (7). Los investigadores también han revisado quince millones de tuits, poniendo de relieve que los de los seguidores del Liverpool con contenido antimusulmán se habían reducido a la mitad en comparación con los de otros clubes ingleses. “The Kop” incluso le dedica una canción al jugador: If he scores another few, then I’ll be Muslim too (“Como meta unos cuantos goles más, yo también seré musulmán”). En 2015, el diputado Byrne puso en marcha una colaboración entre los Fans Supporting Foodbanks –que organizan antes de los partidos grandes colectas de alimentos para los más necesitados– y varias mezquitas de la ciudad. El partido entre Rusia y el Egipto de Mohamed Salah de la Copa del Mundo de 2018, fue transmitido en la mezquita Abdullah Quilliam. “Mucha gente venía por primera vez –recuerda el diputado–. La acogida fue muy cálida. El fútbol es para nosotros un medio de integración. Fue nuestra mejor acción, y una forma de desbaratar las ideas engañosas difundidas por las redes de comunicación de la extrema derecha”. <